Cinco de la tarde de cualquier día de agosto. Año sin derterminar… bueno sí, entre 1987 y 1989, pero no podría precisar más. Como cada aburrido día de verano en la gran ciudad había quedado con mi amigo Luís para, como cada aburrido día de verano en la gran ciudad, ir al único sitio donde cada aburrido día de verano en la gran ciudad se hacía un poquito más soportable: al salón de máquinas recreativas o arcade o, como lo llamábamos nosotros: «las máquinas». El trayecto no fue demasiado diferente al de cada aburrido día… (vale vale, lo pillo, os vais haciendo a la idea de como eran aquellos veranos, ya no lo repito más), Luís me explicaba las apasionantes mañanas de playa de su novia que estaba de vacaciones en un pueblecito de la costa, y yo me limitaba a ir haciéndome un planing mental de cómo iba a distribuir el dinero y el tiempo en «las máquinas». Seguro que caería una partida al «Hyper Sports«, tenía que seguir defendiendo mi récord de salto de pértiga. El «R-Type» tampoco se salvaría. Y alguna que otra moneda seguro que me serviría para darme un garbeo por Coconut Beach con una rubia imponente sentada a mi lado en un Ferrari al jugar al «Out Run«. Tenía que contar con guardar 5 duros para la consabida partida a billar americano de final de tarde y otros 10 para invertir en la jukebox de vídeos musicales que, por aquel entonces, tenía como únicos hits que me interesasen «The Look» de Roxette y «Fiesta» de The Pogues. Este:
Dejadme que os aclare un par de cosas sobre esta joya audiovisual que yo tardé años en saber: primero, la letra de la canción está en castellano. Y segundo, si creéis que la interpretación de borracho que hace el cantante de la banda Shane MacGowan es digna de ganar un Oscar desengañaos, no estaba interpretando, durante todo el rodaje iba completamente ciego de alcohol. Si queréis saber más sobre la grabación de este video en la pequeña localidad catalana de Tiana no os perdáis este fantástico artículo del gran fotógrafo Xavi Mercadé aquí (artículo en catalán.)
Bueno que me lío. Total que ya estaba todo preparado para gozar de nuestra calurosa tarde, cuando al entrar al salón de máquinas la visión de algo que el día anterior no estaba allí nos paralizó por completo a Luís y a mí. Vimos esto:
«After Burner», «Af-ter Bur-ner»… ni idea de lo que quería decir, quizá algo así como «después me quemo», «después de quemarse» o «me quemo lo de atrás», pero tampoco nos importaba demasiado y, como podéis ver, tanto Luís como yo tampoco es que fuésemos unos lumbreras con el inglés en aquellos días.
¿Una máquina nueva? ¿De aviones? ¿Por qué tenía esa forma de cápsula? Y sobre todo, ¿qué hacía tanta gente haciendo cola y mirando? Lo que estábamos a punto de ver nos enseñaría que nunca, jamás, puedes dar por sentado lo que conoces y crees como inalterable e inmutable. Todo, absolutamente todo, puede cambiar en un instante y el inamovismo dogmático de nuestras pequeñas realidades puede recibir un directo a sus partes sin previo aviso. El constructo caía en crisis y un nuevo paradigma surgía de las cenizas del anterior cual ave fénix. Y es que… ¡LA MÁQUINA SE MOVÍA!
Tuvimos que parpadear unas cuantas veces y frotar nuestros ojos unas cuantas más para creer lo que nuestras retinas estaban enviando a nuestros cerebros. Inmediatamente todos nuestros planes se fueron al garete, pero era por una buena causa. Como os podréis imaginar todos los parroquianos del local querían jugar pero nosotros decidimos que no importaba el tiempo que perderíamos haciendo cola, aquella tarde íbamos a probar aquella maravilla.
Al final no pasó tanto rato, la espera no fue tan larga como imaginábamos. Supongo que influenciados por la presión de cincuenta pares de ojos para que terminasen rápido, sumado a la nula experiencia con el juego, los jugadores que iban pasando por la máquina acababan rápido sus partidas y, a riesgo de perder alguna que otra parte vital de su cuerpo, absolutamente nadie se atrevía a lanzar una segunda moneda.
Cuando me tocó a mi os aseguro que estaba más que nervioso. El rato que estuve observando como se movía la máquina y las pegatinas de advertencia de peligro pegadas a ella hicieron mella en mí. Pero lo hice. Entré, me abroché el cinturón, lancé por la ranura 25 pesetas y pulsé el botón de empezar a jugar. Era fácil pillar la dinámica de «After Burner», de hecho con el joystick principal controlabas la dirección del avión (arriba-abajo, izquierda-derecha), disparabas las ametralladoras y lanzabas misiles (con sendos botones dedicados a tal fin). A tu izquierda quedaba una palanca que podías mover de atrás hacia adelante y viceversa con la que controlabas la velocidad del avión. Fijaos en que los diseñadores de la máquina poco pensaron en los zurdos, pero bueno, a mí en ese momento poco me importaba eso.
Las sensaciones en el interior mientras jugabas eran brutales. La máquina entera rotaba sobre un eje horizontal cuando subías o bajabas el avión y el asiento oscilaba sobre el eje vertical cuando girabas a izquierda y derecha. La suma de los dos movimientos te hacía entrar en el juego de una manera desconocida hasta aquel momento. Solo habíamos visto algo parecido hasta aquel momento y era el juego de simulación de conducción de motos de carrera «Super Hang On», pero «After Burner» daba un pasó más allá ya que el movimiento era independiente del de tu cuerpo, simulaba lo que hacía el avión.
No cabe decir que mi primera partida duró poco. Creo que a mi amigo Luís duró incluso menos que yo, a él le iban más los juegos tipo «Trivial Pursuit», sí sí, en arcade, ¿lo recordáis? Pero era igual, habíamos probado la nueva maravilla del salón de máquinas e iba a ser la reina durante mucho tiempo. Jugué muchas partidas a «After Burner», me encantaba sentirme como D.A.R.Y.L. pilotando un Blackbird o como Pete «Maverick» Mitchell haciendo lo mismo con un F-14 Tomcat como en «Top Gun» (de hecho el avión del juego es este y curiosamente el nombre del portaaviones tanto en «After Burner» como en la película es el mismo: USS Enterprise), pero a pesar de las monedas gastadas no llegué a ser demasiado bueno y de las 18 fases creo que llegué a pasarme 4 o 5.
Llegué a tener el port del juego que se hizo para Spectrum y, a pesar de que me balanceaba en la silla mientras pilotaba con mi Kempston Joystick… no era lo mismo. De hecho si desvestías al juego de su componente mecánico perdía muchos enteros. No es que fuese malo, no lo era, lo que pasa es que sin los servomoteres y la hidráulica de la máquina el juego no hubiese entrado en el Olimpo de los juegos arcade. O eso al menos es lo que me parece a mí.
Os dejo para terminar un video en inglés donde hacen un análisis muy interesante sobre la máquina y enseñan sus tripas. Es un poco largo pero fácil de entender (yo lo he entendido y ya os he demostrado unas cuantas lineas atrás mi dominio de la lengua británica):
¿Recordáis el juego? ¿Recordáis la máquina? ¿Qué os pareció?
Tomad la medicación…