Todos en algún momento de nuestras vidas hemos querido llevar a cabo hasta los límites de lo posible el aforismo de Jim Morrison: «Creo un largo y prolongado y ordenado transtorno de los sentidos hasta llegar a obtener lo desconocido.” ¿Los motivos para hacerlo? Pues son varios: para desinhibirnos, para bailar mejor, para que la más fea de la discoteca (que generalmente era la única que te hacía caso) te pareciese menos fea, para tener mejor discurso… ¿Y cuál era el vehículo más rápido para lograrlo? Pues el más rápido, barato y fácil de conseguir era, sin duda alguna, el alcohol.
Por muy abstemio, deportista y defensor de la vida sana que seas ahora, en el ocaso de tu vida, recuerda viejun@ que tú también pillaste alguna cogorza de las buenas en tu juventud. Y ahora te voy a explicar un secreto: si hubieses sabido beber no lo hubieses pasado tan mal. Esas tajas descomunales que retienes en tu memoria se debían a: a) beber rápido y b) beber mierda. Yo pequé mucho del motivo “a”, de hecho mi primera gran borrachera la pillé bebiendo vodka a palo seco de un vaso de nocilla lleno hasta arriba en menos de 10 minutos. Probadlo, en serio, veréis que barata (y corta) será la fiesta. Pero hoy, en las siguientes líneas me centraré en el motivo “b”, y para ello voy a hacer una relación de los brebajes alcohólicos más malos para la salud y para el buen gusto que ingerí y/o ingeriste en los ochenta o primeros noventas.
Kalimotxo
El origen, el principio, el alfa de todo aquel que quiso empezar una malsana relación con el alcohol. ¿Qué puede ser más fácil que mezclar vino malo con refresco de cola para rebajar su asqueroso sabor? El refresco cumplía además una función que se repetirá en muchos de los casos de esta lista: añadía azúcar a la mezcla, con lo que el alcohol aceleraba exponencialmente su viaje hasta las sinapsis de nuestras neuronas para cumplir su función de alterador de los neurotransmisores.
Seamos sinceros, un kalimotxo fresquito puede que no sea tan tan asqueroso. Pero os explicaré cómo lo bebíamos nosotros. Íbamos al tendero de confianza del barrio y le pedíamos una cartón de vino Don Pimon y una botella de dos litros de Coca-Lola pero le exigíamos, como grandes clientes que éramos, que nos pusiese los dos elementos en una bolsa de plástico, nueva a poder ser. Esto era MUY importante. Por descontado ninguno de los líquidos estaba refrigerado, de hecho, en verano, estaban cercanos al punto de ebullición. Y aquí estaba el quid de la cuestión: ¿cómo mezclar dos líquidos que están en dos recipientes diferentes llenos hasta arriba si no dispones de un tercer recipiente? La pregunta era estúpida en sí misma, ya que sí teníamos un tercer recipiente: ¡la bolsa! Vertíamos el vino y la cola en la bolsa, agitábamos un poco, rellenábamos la botella y el cartón y venga, a disfrutar de nuestro kalimotxo rico rico… Creo recordar que las resacas eran de órdago.
Malibú con piña
Esta combinación de gusto dulzón era la preferida por las niñas pijas de las pocas discotecas a las que fui durante mi adolescencia. Y os seré sincero: una vez lo probé. Fue durante el viaje de fin de curso de octavo de E.G.B. Fuimos a Sevilla y una noche nos medio escabullimos de la pensión donde estábamos y nos colamos en una especie de pub, o disco-pub del cuyo nombre no puedo acordarme. Allí fue donde probé por primera y última vez la mezcla infecta de Malibú con piña. ¡Joder! ¿¡Qué mierda era eso!? ¿Un sugus licuado pasado por el ano de un mandril con problemas intestinales? Qué asco por dios. He de reconocer que aquel fue el primero de una serie interminable de combinados que bebí aquella noche, noche que por cierto acabó fatal: no sé si poté dormido o me potaron encima pero potado me desperté la mañana siguiente (dejaremos esta aventurilla para otro post). No recuerdo demasiado cuáles fueron las otras bebidas que me tomé, pero juré por mi honor de pajillero que jamás volvería a ingerir la asquerosidad de mezclar ron de coco con zumo de piña.
Leche de Pantera (y de Pantera Rosa)
Este producto infecto de origen incierto, gusto vomitivo y aspecto desagradable se podía consumir (y creo que todovía se puede seguir consumiendo) en algunos bares de la calle Avinyó de Barcelona. Locales infectos en aquellos años como “El Agüelo» o «La Musiqueta» donde la muchachada del momento nos reuníamos para básicamente jugar al duro y emborracharnos con jarras de mala cerveza de surtidor mal tirada. El problema vino cuando mi grupo de amigos, vete tú a saber por qué cojones, le dio por pedir la puta leche de pantera. Era como beber esperma de perro callejero mezclado con barro de orín y polvos de talco. En serio, me repugnaba de tal manera que no tuve más remedio que cambiar de amigos de borrachera. No tuve que moverme demasiado ya que a pocos metros, en la misma calle había dos magnos locales que contribuyeron en demasía a mi afición por la cerveza: el “Noche y Día” donde descubrí que una Coronita rellenada con tequila no era tan mala como podía parecer, y el “Tarkus”, un lugar donde aprendí que no sólo de alcohol se coloca el hombre.
Sólo había una cosa más infecta que la leche de pantera: la leche de pantera rosa, que era lo mismo pero mezclado con menstruación de hiena. Mierda pura.
Por cierto, este es el primer ejemplo de algo rosa malo que ponemos en Retro Memories, porque a nosotros nos gusta lo rosa: La Chica de Rosa, El Show de la Pantera Rosa, Pastelito Pantera Rosa.
Cucaracha
El gusto de las cucarachas (la bebida) quizá no sea de los más asquerosos que recuerdo. Pero sí que creo que son una de las pruebas irrefutables de que el ser humano es imbécil y que la teoría de la evolución se equivoca al afirmar que somos simios venidos un poco a más ya que en realidad nos parecemos más a las hurracas: nos atrae todo lo que brilla. Madre de dios qué burros. La gracia de la cucaracha (un vaso de chupito lleno a partes iguales de Tía María y Tequila) era que se encendía con un mechero y que tenías que sorberlo encendido con una caña antes de que se apagase. El combinado no es que fuese especialmente alcohólico pero generalmente era un tentempié entre pelotazos y contribuía darle la razón a nuestras madres cuando decían: “Si bebes no mezcles niño”. Ahhh cuánta sabiduría…
Sangría
Vale, no lo dudo, estoy convencido que conocéis un sitio donde hacen una sagría bueníiiiiiiisima… Mejor para vosotros, yo no tengo esa suerte. Por los locales donde yo me moví la sangría que se servía era una puta mierda, peor que el kalimotxo caliente que nos preparábamos con la bolsa de plástico del tendero. Pero una mierda, mierda de las grandes. Y otra vez me pasó lo mismo, la gente con la que me movía le dio por pedir jarras de sangría para jugar al “caricaturas” (un juego de esos estúpidos cuya única gracia o función reside en beber, beber y seguir bebiendo, como el juego del duro antes mencionado). En esta ocasión me dejé llevar, y a regañadientes bebí durante una buena época la asquerosa sangría que se servía en el barrio gótico de Barcelona. Esa época acabó un día en el que tuve mucha (o poca, pero yo lo que buscaba era beber descontroladamente) suerte jugando al «caricaturas». No entraré en demasiados detalles, pero si nunca tenéis el honor y la suerte de tenerme delante, en cuanto vuestros ojos se acostumbren al aura fulgente que desprendo, fijaos en la parte derecha de mi frente, esa “T”, resultado de la acción de catorce puntos de sutura: es el recuerdo en forma de cicatriz que toda la vida conservaré de aquella noche.
Agua de Valencia
Era una versión un poco más sofisticada de la sangría ya que si no recuerdo mal básicamente llevaba cava (del malo) y zumo de naranja. Desde aquí quiero pedir una gran ovación al genio que usó el topónimo “Valencia” para bautizar una bebida que incluía zumo de naranja, ole tus huevos capados.
No era tan asquerosa como la sangría, pero tampoco era para tirar cohetes. Recuerdo dos cosas: que era típico consumirla durante las fiestas del barrio de Gracia (aunque la podías encontrar todo el año) y que servía básicamente como pista de salida para empezar la noche y sentar las bases de lo que seguro iba a ser una gran cogorza.
Los cocktails del Kahiki
El Kahiki es un pub, o bar, o local, no sé demasiado bien cómo definirlo, clásico de Barcelona. Está ambientado en la Polinesia y su “gracia” era y es la de servir combinados humeantes en vasos ciertamente curiosos. Concretamente estos:
La razón por la que los incluyo en esta lista no es por su aspecto ni por sus presentación ya que éstos eran muy espectaculares. La razón por la que lo hago es que fui varias veces a principios de los ochenta, probé varias de sus mezclas y todas me supieron igual, en serio, el gusto de todas era el mismo, y por desgracia era un gusto malo, al menos para mí. ¿Por qué cojones iba entonces? Pues porque era el típico local al que llevabas a las chicas para engatusarlas. “Qué chico más sofisticado y moderno que me lleva a locales donde la bebida desprende humo…” creías que ella pensaba… cuando en realidad seguramente se decía para sus adentros: “Esto está asqueroso”. Mientras tanto tú rezabas interiormente: “¡A ver si le sube rápido esta mierda que a mí hace rato que se me ha subido otra cosa!” (toooooma chiste zafio)
Peppermint con lo que sea (lima, colacao, ron, leche)
Si jamás consigo tener un Delorean capaz de viajar en el tiempo, una de las cosas que tengo anotadas hacer es buscar el momento histórico en el que los padres del hijo de la gran puta que inventó el puto Peppermint estaban follando y joderles el polvo rociándolos con Peppermint y prendiéndoles fuego (esto en realidad crearía una paradoja temporal ya que si el inventor del Peppermint nunca existió jamás pude rociar a sus padres con Peppermint… joder, me estoy cansando de escribir Peppermint, sea como sea me encantan las paradojas temporales). Qué bazofia de bebida. Y por si no fuese mala por ella misma, a la gente le daba por mezclarla con cosas que sólo podían hacerla peor. ¿Con lima? Eso era para nenazas. ¿Con Colacao? Joder si te gustan los after eight cómete una caja y bébete un whysky, cojones. ¿Con ron? ¿Se ha acabado la puta coca-cola? ¿¡¿Con leche?!? Tú estás enfermo, ves corriendo a las urgencias de psiquiatría más cercanas y pide que te ingresen ya… ¡Ya!
Licor 43 con Cola
Esto era una asquerosidad de la que sólo se podía justificar su consumo en un caso: no te gustaba beber. Creo que sólo le di un sorbo una vez y me pareció estar chupando un tapón de coca-cola desenterrado de un estercolero. Era dulce pero agrio a la vez, como una gominola rancia. Se puso bastante de moda entre las chicas de la cuadrilla. No sé, quizá era algo de mujeres, igual su sabor era algo que solamente ellas podían apreciar. A mí, personalmente, me repugnaba.
Gintonic
Vale vale. Antes de que empecéis a tirarme tomates a la cara frenad un momento y escuchad. Ya sé que hoy en día tod@s sois unos expertos en gintónics, que sabéis apreciar la diferencia entre una Martin Miller’s mezclada con una Fever Tree y una Blackwood’s mezclada con una Schweppes Premium de cardamomo. Sé que os corréis vivos i vivas al ver cómo en vuestra copa de balón flotan trozos de regaliz, bayas del bosque, polvo de cuerno de unicornio, el tampax de una top-model y un trozo de pepino…. Pues meteos el puto pepino por el culo. Yo bebo gintónic desde que tengo uso de alcoholismo, y sé que lo que bebíamos el siglo pasado y lo que hoy os venden a precio de bellocino de oro no tienen absolutamente nada que ver.
Sí, yo era de aquellos que os aguantaba el sermón cuando nos echabais en cara que el gintónic era una bebida de viejos. Sí, yo era de los que defendía a capa y espada que no pasaba nada por beber ginebra Larios o Gordons de botellas con la etiqueta amarillenta cuyo tapón costaba de abrir. Sí, yo he bebido gintónics hechos con tónica Finley. Sí, yo bebía gintónic con vasos de tubos llenos de sospechosas manchas blanquecinas en baretos infectos. Y finalmente sí, el hielo que había dentro del vaso no había sido traído del polo norte a lomos de pingüinos eunucos, si no que se había hecho a la antigua: en cubitera con agua del grifo, sí, aquel hielo que se deshacía a los 5 segundos de hacer el combinado.
Aquellos gintónics era asquerosos y un peligro para uno mismo por su insalubridad, ¿por qué los bebía entonces? os preguntaréis. Pues era por actitud, ¿una actitud estúpida? Sí, pero al fin y al cabo actitud.
Y hasta aquí el repaso de hoy. “¿Qué coño bebías entonces?” Os debéis preguntar, pues básicamente, aparte del gintónic antes mencionado, mi ingesta alcohólica se centró, durante muchos años básicamente en whisky con ginger ale y bourbon con coca-cola (si había pasta era Jack Daniel’s, si no Four Roses o Jim Beam). Quizá para algunos de vosotros estas eran mezclas asquerosas y os encantaban las que he dicho antes. Sea como sea, tanto si queréis rebatirme, reafirmarme o completarme, estáis invitados a hacerlo en la sección de comentarios. Allí os espero, hasta entonces:
Tomad la medicación…