Los juegos de agua

Parece mentira pero en los 80 los niños nos entreteníamos horas y horas con los juegos/juguetes más absurdos del mundo. Hoy día los chavales necesitan una consola y juegos con gráficos alucinantes, pero los viejunos necesitamos mucho menos que eso para pasarlo bien.

No se la fecha exacta pero recuerdo que era sábado. Estaba tan tranquilo en mi casa, casa de mis padres quiero decir, cuando me recibí una llamada, al fijo evidentemente, de mi amigo Juan. “Ven rápido. Quiero que veas algo” me dijo. Conociéndole como le conocía sabía que sería algo memorable así que salí corriendo de casa en dirección a la suya.

Al llegar, Juan me llevó a su habitación y me dijo:

– No te vas a creer lo que me regalado mi padre.

– ¿El qué? – pregunté.

– Tío, vamos a pasar horas y horas jugando con este pedazo regalo que me han hecho.

– No fastidies… ¿Te han comprado el Spectrum? – pregunté todo alucinado.

– Quita coño. ¿Quien quiere un Spectrum? La informática está sobrevalorada. Dentro de unos años nadie tendrá un ordenador en casa. En cambio esto será el no va más. – dijo Juan con su entusiasmo habitual.

– ¿Qué es?

– ¡Los juegos de agua! – dijo mientras me mostraba uno de ellos.

– Ummm… parece un poco birrioso, ¿no?

– ¡Que va a ser birrioso! Esto que ves aquí es el entretenimiento del futuro. Dentro de unos años él que no tenga uno de estos en casa no será nadie.

– Hombre yo no es por llevarte la contraria pero prefiero un Spectrum. – dije yo.

– Vamos a ver, no digo que el Spectrum no sea divertido – me contestó Juan – pero en serio crees que en el futuro los niños se pasarán horas y horas frente a una pantalla jugando a juegos que consisten en luchar, matar, conducir coches o jugar a fútbol. ¡Eso es absurdo!

Ese razonamiento me pareció sensato. Los niños de por si son activos así que no era lógico pensar que en el día del mañana adoptarían aficiones tan sedentarias.

Nos pusimos a jugar con su juego de agua. El reto consistía en meter unos aros dentro de un gancho. Nuestra única manera de conseguirlo era apretando un botón blanco que había en el juego. Eso provocaba unos remolinos dentro del juego que hacían que los aros subieran para arriba. Habían siete aros. Cinco horas después de haber iniciado el juego solo habíamos colocado tres aros dentro del aro.

– Vamos a dejarlo. Tampoco es cuestión de acabar toda la diversión en un día. – dijo Juan.

– Me parece bien. – contesté.

– ¿Qué te apetecería hacer ahora? – preguntó Juan.

– Me gustaría petarme la ampolla que me ha salido en el dedo gordo de la mano de tanto apretar el botón del juego, si no te importa. – le dije mientras le mostraba mi dedo lesionado.

Porque sí viejunos. Los juegos de agua no solo eran simples y casi imposibles de lograr. Además eran peligrosos para los dedos. El reto igual no lo lograbas, pero una ampolla de recuerdo seguro que sí.

Días después estando con Juan en el colegio le pregunté acerca del juego de agua, si había conseguido meter todos los aros en el gancho. Me dijo que no, que lo había dejado porque le parecía un reto muy simple. Él necesitaba superar mayores dificultades para sentirse realizado, así que se había comprado un juego de mayor dificultad técnica.

– ¡Ah sí! ¿Cuál? – pregunté.

La Botilde. – me contestó.

Dos semanas después Juan se rompió los ligamentos. Pero eso ya es otra historia…