Yo y las máquinas recreativas: Vida de un manco (parte 2 de 4)

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Si en la primera entrega de esta pequeña saga os expliqué cómo entró dentro de mí el gusanillo de las máquinas arcade y cómo me di cuenta de que jamás llegaría a ser un experto jugando con ellas, hoy voy a empezar a repasar con tod@s vosotr@s aquellos locales en los que pasé cientos de horas gastando, o mejor dicho malgastando, decenas y decenas de monedas de cinco duros y que me regalaron tantas y tantas experiencias vitales: los salones de máquinas recreativas. Hoy os hablaré de generalidades que se pueden aplicar, en mayor o menor medida, a todos aquellos añorados locales que, admitámoslo, jamás volverán. ¿He dicho jamás? Pues en realidad miento, ya que en una aldea poblada por irreductibles jugones se han resistido al paso del tiempo y han mantenido vivo este recuerdo. El lugar no es otro que Petrer, y Arcade Vintage es el espacio donde podemos revivir horas y horas pasadas durante nuestra adolescencia evitando los barriles de un mono toca pelotas o conduciendo un Ferrari por sinuosas carreteras con una rubia despampanante a nuestro lado. Visitad su web, y que coño, visitadlos a ellos y disfrutad. Lo que os puedo asegurar es que lo que no es Arcade vintage es lo que sí eran los arcades de la época:

Eran sitios muy sucios.

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Esto no es un salon arcade, pero el nivel de limpieza es el mismo

La limpieza en estos lugares era algo que jamás nadie se planteó como un objetivo a corto, medio o largo plazo. Olían generalmente muy mal, como a una mezcolanza de tabaco rancio, humedad y sudor (a lo que se le sumaba el de orín en la parte de los baños). Las máquinas tenían los cristales frontales de las pantallas llenos de manchas, de hecho si estaban apagadas podías reconocer el juego que tenían por la forma de las manchas. A parte, la zona de los mandos generalmente estaba quemada por que la gente dejaba allí apoyados los cigarros encendidos, porque sí, en aquella época se podía fumar, de hecho en aquella época si no fumabas en los salones de recreativos la gente te miraba mal y desconfiaba. Corre la leyenda que alguna que otra vez alguien barría el suelo para sacar el exceso de colillas, pero es algo que yo jamás alcancé a ver. De ser cierta esta leyenda ese misterioso “alguien” seguramente no fue un empleado o empleada de la limpieza, seguramente no fue otro que:

El encargado/s (AKA “los del cambio”).

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Eran unos seres tristes, ancianos (igual tenían la edad que tengo yo ahora pero a mí me parecían octogenarios) y con la mirada perdida. Se caracterizaban por estar enfadados con la vida, y menos simpatía destilaban y proyectaban toda clase de sentimientos negativos. Enlazando con el primer punto, su higiene personal por lo general no ayudaba a mejorar el ambiente del local, más bien al contrario. Cuando les pedías cambio parecía que te perdonaban la vida y lo peor que te podía pasar con ellos era que te pillasen intentado sacar créditos gratis con algún método como el magiclik o abriendo las cerraduras de las máquinas con alguna de las llaves maestras que se cotizaban a precio de oro y que de vez en cuando salían al mercado negro de la época. Siempre he tenido la sensación que detrás de aquellos personajes seguramente había una persona con una gran historia que contar, quizá tenga razón o quizá me equivoque, nunca llegué a intimar con ninguno de ellos. Uno de los motivos por lo que quizá estaban tan amargados es porque otrora regentaban:

Locales de billares que se reconvirtieron.

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Muchos de los salones de recreativas (como mínimo muchos de los que había en Barcelona) originalmente eran locales de billar. Estos glamurosos sitios fueron perdiendo toda su vistosidad y esplendor a medida que la afición por el billar fue decayendo. No desaparecieron del todo pero poco a poco fueron cediendo sitio a las recreativas que seguramente llegaron allí como curiosidad y que finalmente acabaron convirtiéndose en la principal fuente de ingresos. Algo parecido sucedió hacia el final de los salones de máquinas recreativas, éstas fueron sustituidas en muchos sitios por máquinas tragaperras. “Selabí” viejun@s, el ying y el yang, el alpha y la omega, el círculo de la vida y el cabrón de Mufasa y toda su descendencia: todo tiene un fin para que algo tenga un inicio. Si el video mató a la estrella de la radio, la ludopatía mató al vicio arcade. A pesar de todo, en cualquiera de las encarnaciones de estos locales, lo que nunca hubo fue:

Chicas.

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Si algo caracterizó a los locales de maquinas fue la ausencia practicamente total de seres humanos del género femenino. Sí que de veeeez en cuando se podía llegar a ver algún grupito jugando al billar americano o haciendo, con todo respeto, el mónguer en el futbolín. Pero generalmente la ratio era como de 100 a 1 (penes vs. vulvas). Así que si lo que querías era ligar, darte besitos o practicar el “petting”, ser un asiduo a los recreativos era algo totalmente opuesto a tu objetivo. Había otra tipología de fémina que sí que frecuentaban los salones, pero estás eran, por definición, totalmente inalcanzables e intocables, ya que eran las novias de los:

Macarras del salón.

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No había local de arcades sin un grupito de chulos matones pseudo quillos. Quizá lo más parecido a ellos hoy en día sean los canis, pero chungos de verdad, no en plan “viva el orden y la ley…”. Lo mejor que te podía pasar con ellos era que te ignorasen, ya que en caso contrario tu integridad física corría serio problema. Si llegabas a un equilibrio de respeto con ellos entonces los problemas que podías tener con ellos eran mínimos, como mucho te gorreaban alguna que otra partida muy de vez en cuando y ya está. A pesar de todo sí que llegué a vivir situaciones realmente tensas y desagradables con alguno de estos grupos de gilipollas, ya os lo relataré más adelante. En mis carnes no lo llegué a sufrir, pero sí que presencié casos mucho más flagrantes que hoy en día dejarían el bullying al nivel de bromita inocente. En serio, hubo peña muy maltratada y frustrada por estos indeseables (y no hablo sólo de unos en concreto). Lo que sí les reconozco es que, por contra, algunos de estos quillacos eran, sin lugar a duda:

Masters de los juegos.

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Eran las bestias admiradas por todos. Personajes que tenían el dominio perfecto o quasi perfecto de alguno de los juegos del lugar. Yo, cuando ya me había pulido todo el dinero que tenía y me habían matado todas las vidas (entre que entraba en el salón y pasaba esto no pasaba demasiado tiempo, os lo aseguro) me dedicaba a mirar y admirar las partidas de los que sí sabían jugar bien. Uno de los que más recuerdo fue un tipo, un japonés que entró sólo una vez en el local donde estábamos (jamás volvió), y se puso a jugar al Tetris. ¡Madre de Dios del amor hermoso! Llegó a un nivel en el que ninguno de los presentes llegaba a ver cómo caían las piezas de lo rápido que iban, pero el tipo continuaba y continuaba haciendo líneas. Terminamos todos los allí presentes a su alrededor admirando como jugaba. Al día siguiente lo explicamos a los que no habían estado durante la magistral demostración y nos costó convencerlos de que lo que habíamos visto era real. Con los años a mí también me cuesta identificar si lo que vi fue cierto o si lo soñé. El japonés sin nombre se convirtió en leyenda, algo que yo ya sabía desde hacía tiempo que yo jamás sería.

Y estas creo que son las características, circunstancias y personajes que eran comunes a todos o casi todos los salones arcades a los que fui. En la próxima entrega entraré en detalle y os haré una lista con ellos. Os aseguro que será un post menos denso y con más fotos que este, que siempre me acabo liando y os meto unos tostones del quince.

¿Creéis que me he dejado alguna cosa? Comentad, comentad.

Tomad la medicación…