En los años 80 la miniaturización de la tecnología se encontraba en sus fases más primigenias y cualquier maravilla relacionada con ella era objeto de deseo directo para todos. Yo estaba acostumbrado a mi Casio PT-1, un teclado portable de dimensiones relativamente reducidas que me hizo pasar muchos momentos divertidos. Pero al ver por primera vez el Mini Piano no podía creer lo que me mostraban mi ojos. En un espacio minúsculo alguna mente privilegiada había conseguido hacer caber un teclado con 13 notas, un libro de partituras y una funda. Ya podías vacilar de tus dotes artísticas en cualquier rincón de la escuela, en el patio, la fila, en medio de clase… bueno lo podías hacer hasta que al profesor de turno se le inflaba la cabeza y te lo requisaba, el destino de más de uno y más de dos Mini Pianos fue el lúgubre fondo de un cajón olvidado de la mesa de un profesor heredero de la tradición escolar franquista.
Su sonido no era demasiado agradable, y en cuanto se le empezaban a gastar las pilas, las notas empezaban a sonar de las maneras más bizarras que te pudieses imaginar hasta convertirse en un zumbido único e irritante. Pero si por algo destacó el «Electron ECHO Mini Piano» fue por ser una de las primeras piezas de diseño genuinamente «made in china» que llegaron a nuestros mercados. Su construcción barata, sencilla, con materiales de baja calidad… sus pinturas y barnices altamente tóxicos y unos acabados que dejaban mucho que desear fueron la marca que durante los años venideros se implantaría hasta convertirse en un standard en todas las ciudades y pueblos del estado. Ahora podemos encontrar aberraciones mucho más horrorosas en cualquier tienda de «todo a 100» pero todas, absolutamente todas le deben, como mínimo algo, al primer teclado de bolsillo que recuerdo haber visto y tenido.
Evoluciones posteriores aprovecharon su reducido tamaño crear nuevos conceptos de objetos como las carteras o los estuches con teclado incorporado.