La foto de la semana: Casio PT-1

Sí queridos viejunos, hoy el mazazo a vuestra decrépita memoria viene de la mano de uno de los instrumentos de tortura para adultos mejor diseñados de la historia. Y os explico porqué.  Los señores de Casio sacaron al mercado a principio de los ochenta este pequeño sintetizador que era una obra maestra de la ingeniería sonora de la época. En un aparato de poco más de 20 cm. de largo (me ahorraré  bromas evidentes que hagan referencia a John Holmes o a Nacho Vidal) la empresa japonesa logró hacer que este pequeño sintetizador monofónico tuviese cuatro sonidos: piano, violín, flauta y fantasía (quizás para el nombre de este último el ingeniero japonés abusó de alguna sustancia) y una pequeña caja de ritmos. A mi personalmente que solo pudiese reproducir una nota a la vez (si tocabas una tecla y seguidamente otra sin soltar, la primera se silenciaba) me cortaba un poco el rollo ya que a mi me van las armonizaciones de Queen y claro, el teclado me limitaba. A parte podía grabar pequeñas secuencias y reproducirlas e incorporaba una canción de demostración que, milagro de la ciencia, podíamos aumentarle y disminuirle la velocidad de reproducción. Como última innovación también podías reproducir la canción de demostración con las teclas «one key play» que te permitían hacer sonar una a una cada una de las notas de manera consecutiva al ritmo que quisieses.

Pues bien, me imagino a los típicos padres ochenteros, con sus patas de elefante, progres e ingenuos al descubrir tal maravilla en la tienda de juguetes.

– ¡María! ¡Mira esto!

– Ay Manolo siempre quieres que te la mire…

– No coño, que no es eso, mira este teclado.

– Ah vale… Que bonico cariño, ¿lo quieres?

– No otra vez… no para mi… ¿tu crees que al niño le gustará?

– Ains nuestro pequeñín… seguro que será un nuevo Mozart, o un nuevo Einstein… Sí, estoy convencida de ello, ¡Comprémoslo!

– Aparte veo que lleva una cosa llamada «demo song», seguro que es bueno – recordad viejunos el nivel inglés medio en los 80

Y así fue como miles y miles de padres inocentes compraron a sus queridos hijos un teclado PT-1 con la esperanza y el convencimiento de que en un futuro no muy lejano su vástago se convertiría en el nuevo Richard Clayderman. La realidad no tardó en golpearles.

A las pocos días o incluso horas de que el nene estrenase su flamante sintetizador el cerebro de sus progenitores tenía grabado de una manera enfermiza esto:

Muy pronto las calles se llenaron de padres y madres con aspecto de zombie que, con los ojos entreabiertos, no podían arrancar de sus mente la maldita melodía. Por otro lado la cancioncita de marras se convirtió en una droga que provocó tal síndrome de abstinencia a toda una generación de niños que, influenciados por los sonidos agudos y los ritmos machacones y repetitivos, los ahora «adultos» siguen llenando eventos como el Sonar de una manera compulsiva.

Después de mucha terapia y medicación la mayoría de padres lograron superar, al menos en apariencia, el trauma provocado por la «demo song». Y digo «en apariencia» porque viejunos, si queréis vivir una experiencia terrorífica poned el video que acompaña esta entrada en la sala de recreo de un asilo donde haya algún abuelo que sufrió los efectos del PT-1… ponedlo y corred, corred insensatos…

Una pequeña minoría jamás logró sobreponerse al trauma y se tuvieron que lamentar algunas perdidas humanas que tampoco os voy a detallar para no cortaros el rollo.

La mayoría de niños que tuvieron el PT-1 demostraron dos cosas. Primero que tener un instrumento no te convierte automáticamente en alguien dotado con aptitudes musicales y, segundo, la gran fragilidad de la mente humana adulta delante de torturas sonoras.

A pesar de todo, era un buen sintetizador. Tomad la medicación…