Por desgracia la sociedad nos hacer creer en falsos estereotipos. Algunos de ellos son ya caducos o evolucionan en el tiempo. Otros son totalmente inmutables. Los usos que los poderes fácticos hacen para asegurar la perpetuación de la alienación global que nos abruma hace uso de estos estereotipos. Los relacionados con la sexualidad o, mejor dicho, con los roles de género son quizá los más sibilinos, crueles e injustos. Y además, como ya empezamos a analizar el otro día, siempre se ha intentado que nos quedasen bien claros desde muy pequeños. Como tod@s recordaréis viejun@s, en la primera parte de este post agrupamos algunos juguetes ochenteros en dos categorías en función de su oscuro objetivo: conseguir la ama de casa perfecta y hacer hombres muy hombres. Hoy para cerrar nuestra clasificación vamos a repetir la fórmula con otros dos preceptos. Roles que el futuro más o menos lejano nos tenía reservados en función de nuetra entrepierna. Allá vamos:
La madre perfecta
Todas las niñas del mundo mundial saben que su función en la vida, su fin último, su razón de ser, su alfa y su omega es ser madres. Vale, vale, haz buena letra, apréndete los ríos de la península ibérica y si quieres toca algún instrumento musical para amenizar las celebraciones familiares cual mono de feria. Pero que te quede claro que todo esto es accesorio y prescindible y que tú, buena zagala ochentera, deberás procrear y dedicar tu vida a hacer crecer a tu prole para que la humanidad siga su inexorable camino hacia la destrucción del planeta tierra… O al menos ese es el mensaje que caló en mi imberbe mente gracias a los juguetes y publicidades que vi cuando era niño. Entre ellos, podemos empezar por ejemplo con el típico:
Un clásico para toda futura madre. Si has de aprender a ser una buena progenitora, ¿qué mejor manera que acariciando, abrazando y cuidando un trozo de plástico? ¿Qué mejor manera que jugando a peinar esos pelos rubios grimosos que salían en forma de racimo de su cabecita con olor a PVC? “Baby Mocosete” era quizá el menos desagradable a la vista de los de su especie, pero igualmente esos ojos vacíos de vida siempre me aterraron.
Para ser buena mamá has de alimentar a tu prole. El “Biberón Mágico” creaba una ilusión maravillosa en la cual tu “hijo” se podía alimentar de manera continua por los siglos de los siglos (amén) sin tener que reponer su contenido. ¿Cuántos casos de malnutrición habrá provocado tal engendro? He de admitir que tenía su gracia y creo recordar, que en un arrebato de conseguir conocimiento, destrocé el de mi hermana para intentar descubrir su “magia”. La magia del conocimiento acabó siendo la del dolor de la tollina que me propinó mi madre al dejarlo todo perdido.
¿A alguna futura mamá viejuna se le ocurriría sacar a su retoño en pelotas a pasear en pleno invierno? Pues igual a alguna despistada sí, y para eso se crearon estos preciosos recortables. Aprender a combinar colores, estilos y capas de ropa es algo que toda futura madre debía aprender sí o sí.
El padre ausente pero muy currante
En los 70 y los 80 era el padre quien traía el sueldo a casa (en la mayoría de casos). Y para que este hábito se perpetuase ad eternum todo hijo de buen vecino varón debía aprender las bases para ser un buen currito que poco o nada se quejase al patrón, ganase un sueldo medio-digno hasta la jubilación y, a su vez supiese vacilar delante de los colegas de que su (mierda) de curro era lo más importante para asegurar la continuidad de nuestra sociedad tal y cómo la conocemos. Todo era cuestión de apariencias, y a finales del siglo pasado no había nada más imprescindible para aparentar que ser el orgulloso poseedor de un vehículo motorizado a cuatro ruedas. Y esto es lo que nos ofrecieron:
Os engañaría si os dijese que no deseé poseerlo. Y os volvería a engañar si os dijeses que lo tuve. Pero es que por lo que me tocó vivir sólo podía entender una verdad absoluta respecto al hecho de ser padre: papá es quien conduce. Feber, con su todoterreno, perpetuó en mi mente esta concepción, ¿acaso se veía una niña en el anuncio? Fijaos que en todo momento el texto que lo acompaña hace referencia al padre y al hijo.
Un clásico que a todos los viejunos machos alfa un día nos apareció en nuestro espacio para jugar. Para ser un buen padre y ganarte un buen sueldo y así poder alimentar a tus hijos y a tu esposa has de tener un oficio, y un banco de trabajo nos aseguraba las capacidades motrices básicas para, en un futuro, llegar a ser un aprendiz que con el tiempo lograría dominar un oficio. Tenías que currar, currar mucho y ganar lo justo, aquí fue donde empezamos a aprenderlo.
¡Qué guapa la niña de la caja de la «Grúa Pórtico Rico»! Ah, no… calla… ¡es un niño! Pues eso, nada nuevo en el horizonte. Por si lo tuyo no era el trabajo fino y te iba más la maquinaria pesada, la industria del juguete lo tenía todo preparado para ti. ¿Qué puede ser más machote que dominar una grúa de tamaño descomunal?
Podría haber llenado estas dos partes en las que he dividido este post con muchísimos más ejemplos, de hecho si recordáis alguno y lo queréis comentar os estaré eternamente agradecido. Pero el objetivo no era hacer una recopilación de juguetes sexistas viejunos, el fin último era analizar algunos y finalmente hacerme/haceros una pregunta final: ¿ha cambiado todo esto en algo treinta o cuarenta años después? Yo tengo una respuesta bastante clara: hemos perdido el tiempo, y lo hemos hecho de una manera flagrante. Me jode pensar que me lo podría haber pasado de puta madre jugando con el “Aspirador Baby” o con “Baby mocosete” pero a la vez saber que en aquel momento ni se me hubiese pasado por la cabeza si quiera intentarlo ya que la sociedad había marcado, en función de mi sexo, lo que podía y lo que no podía hacer. Y os lo digo muy en serio, no hay cosa que me hastíe más que que pongan límites a mis capacidades o potencialidades en función de algo arbitrario, con el agravante que todo estaba orquestado bajo el oscuro fin de mantener la sociedad rancia en la que nos tocó vivir. Pero lo dicho, la cosa no parece haber cambiado demasiado… o quizá sí. En el supuesto que no: ¿os apuntáis a la revolución? Mientras os lo vais pensando desde la comodidad de la butaca del salón de juegos de asilo:
Tomad la medicación…