Juan Tamariz, la magia de ver a tus ídolos

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Todos tenemos o hemos tenido algún que otro ídolo. En mi caso particular, cuando era pequeño, no me interesaron nunca demasiado los deportes, así que entre mis ídolos infantiles y juveniles no hubo futbolistas, ni tenistas ni pilotos de F1 (a pesar de que sí podía disfrutar viendo un buen partido de Ivan Ledl o una batalla épica entre Prost y Senna). La música siempre ha sido una constante en mi vida y sí que tuve mis ídolos cercanos como los que pude ver el 20 de abril de 1990 en Barcelona, o los más lejanos de los cuales admiraba obras magnánimas como esta. Tuve posters de mis grupos favoritos, aprendí a tocar la guitarra para poder tocar sus canciones, etc etc…

Así pues por un lado el deporte no me llenaba y la música me complementaba. Entonces, un día cualquiera de vete tú a saber qué año, vi un número de magia en televisión y ese pequeño vacío idólatra de mi interior se llenó al instante. La ilógica de lo que estaba viendo me planteaba desafíos mentales que retaban al mundo que me rodeaba tal y cómo lo había entendido hasta aquel momento. ¿Cómo se podía recomponer un papel roto? ¿De dónde había salido aquella paloma? ¿Como diablos se entrelazaban y se dejaban de entrelazar aquellos aros dorados?

He de reconocer que al principio mi gusto por la magia vino dado por el reto, por el desafío de intentar entender el porqué de las cosas que pasaban delante de mis ojos. Después de aquella anónima actuación televisiva vinieron muchas más, e incluso mis padres me llevaron a decenas de espectáculos de magia, una suerte de cabaret donde se mezclaban faquieres (como el grandioso Fakir Kirman), magía de gran formato y magia cercana (recuerdo mucho al Mag Selvin y al Màgic Andreu).

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Este hombre lleva cuarenta años jugándosela con fuego.

Intenté entender cómo pasaba todo aquello, me llegué a obsesionar un poco (tampoco mucho) y con parte de mis ahorros me compré libros de magia y entendí algunas cosas, no demasiadas ya que eran lecturas bastante avanzadas para un niño no sé, que quizá tenía unos diez o doce años.

Tras mi afán lector poco productivo seguí leyendo y leyendo, y por fin me compré un libro de magia con cartas. Allí entendí mínimamente algunos conceptos como el de baraja mnemotécnica, empalmar, subir cartas… Pero al mismo tiempo que entendía esas ideas me daba cuenta de que mis habilidades manuales eran totalmente nulas y jamás logré realizar más trucos que los que eran muy básicos. Esto me llevó a un momento en el cual me desencanté por la magia, no por la magia en si misma, si no por mi bloqueo físico para llevarla a cabo.

Tras esta época llegó a nuestras pantallas David Copperfield, ¿qué os voy a explicar de él? Toda una generación tenemos grabadas a fuego las imágenes en las que hacía desaparecer un avión, después la estatua de la libertad para finalmente atravesar la muralla china. Aquella magia de grandísimo formato llenaba horas de tertulias con la manida pregunta “¿Cómo lo hace?”. Evidentemente las respuestas que la gente daba eran absurdas o imposibles.

Finalmente llegó el día en que me fijé en Juan Tamariz, y en serio, si alguna vez su faceta más histriónica o su rasgado de violín os han echado para atrás dejad de hacerlo. Mi amor por la magia cercana es algo que gracias a él llevaré conmigo para toda la vida. Y todavía hay más, tengo que agradecerle el hecho de que finalmente entendí, al verlo actuar, que en el fondo la pregunta “¿Cómo lo hace?” es en el fondo un sinsentido ya que la respuesta no te llevará a un lugar ni a un estado mejor. Entendí que mi papel en el mundo de la magia había sido y siempre sería el de espectador, sin más. Jamás me he vuelto a plantear los cómos ni los porqués de los trucos. Probadlo, en serio, dejar que la magia del iluminismo os abrace y dejad la mente en blanco. Viviréis algo nuevo y diferente.

Juan Tamariz se convirtió en uno de mis ídolos. Pero por circunstancias, muchas de ellas estúpidas y ovbiables, jamás lo había podido ver actuar en directo, hasta este pasado 6 de febrero con su espectáculo “Magia Potagia” y lo que allí vi fue a un GENIO, de verdad, en mayúsculas y de las gordas. A sus setenta y pico años Tamariz es el amo absoluto del escenario y sabe gestionar su actuación, los tempos y los gags de una manera absolutamente magistral. Durante la primera parte realiza trucos de adivinación y magia pensada para una gran audiencia, solo por eso ya valdría la pena pagar la entrada. Pero es que en la segunda parte la bestia Tamariz nos regala su magia cercana, aquella que lo acredita en este estilo como uno de los, sí no el mejor, magos de este siglo, el pasado y de los que vendrán. Mirad esta maravilla:

Finalmente pude ver a mi ídolo en directo, no uno de los más convencionales, pero sí uno de los míos. Cómo llegué a verlo y entrar en el espectáculo, explicar cómo las lineas temporales de muchas personas se entrecruzaron para llegar a ese exacto momento sería demasiado largo de explicar, sólo dire dos cosas: Gracias infinitas Raquel, Gracias infinitas Gonçal.

Y aquí os dejo dos pruebas de lo que os he explicado:

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De la foto el que menos magia tiene es el que casualmente es el más alto.
La carta que el maestro me firmó.
La carta que el maestro me firmó.

Tomad la medicación…