Cinco cosas que añoro de ir al cine

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Empieza mal este post y os voy a explicar el porqué. El título es una trola. En realidad añoro una cosa más a parte de las cinco que voy a exponer a continuación. Bueno, de hecho añoro la cosa más importante de ir al cine, y no es otra que… tachán… ¡ir al cine! Sí queridos lectores del mejor blog nostálgico ochentero del internet entero, a día de hoy no puedo ir tanto al cine como antaño, no ya tanto como me gustaría, me conformaría con seguir con el mismo ritmo de otros momentos de mi vida, pero no hay manera. ¿Los motivos? Pues a parte de los achaques típicos de la edad (cadera, fémur, próstata… ese tipo de cosas), mi relativamente reciente paternidad me impide encontrar momentos adecuados para ir con mi santa esposa a disfrutar del único lugar donde he visto magia de verdad: el cine. En los últimos casi dos años sólo he ido en dos ocasiones, una para ver el estreno mundial de “Roger Watters The Wall” (una putísima maravilla, no importa si te gustan Pink Floyd o no, si no disfrutas con esta obra de arte eres un imbécil, y punto) y la otra hace muy poquitos días para ver el cortometraje “El Legado”, una gran pequeña producción donde humildemente he colaborado en la ejecución de la banda sonora.

Así que ya os podéis imaginar que me paso casi todas las horas del día con el 80% de mi cerebro dedicado a mi progenie, pero siempre reservo ese último 20% para imaginarme cómo me gustaría recostarme en una butaca y dejar que las historias reflejadas en una pantalla y emitidas desde un proyector entrasen por mis ojos y mis oídos. Ese rinconcito cerebral también lo utilizo de vez en cuando para ponerme nostálgico, ñoño o llamadlo como queráis, y cuando la casuística quiere que la añoranza y el cine se encuentren en el diminuto espacio que es el 20% de mi taimado cerebro, me vienen a la mente cosas que sé que ya no encontraría en un cine por mucho que tuviese todo el tiempo del mundo para ver todas las películas que se ruedan allá donde sea del planeta tierra. Estas son las cinco principales:

 

1. Las salas de cine inmensas

Mi primer recuerdo relacionado con el cine me lleva a cuando tenía 6 años. La primera vez que recuerdo fehacientemente que entré en un cine fue durante la proyección de “El Imperio Contraataca”. Entré con mi padre y entramos tarde, la película ya había empezado. Lo hicimos justo en el momento en el que Han Solo coge el sable de luz de Luke Skywalker, que se encuentra en un estado deplorable, para abrir en canal un Tauntaun y proteger a su amigo introduciendo al SPOILER START hijo de Darth Vader SPOILER END en el interior del pobre animal. Imaginad, esa fue la primera escena que recuerdo ver en un cine, desde la puerta del fondo, de pie y con la boca abierta. No sé si aquello cambió mi vida (tendemos a mitificar las cosas con el paso de los años), pero estoy seguro de que inició mi pasión y mi amor por aquella inmensa sala de butacas rojas, incomodas como ellas solas, donde por primera vez vi algo que no hubiese podido imaginar. Por cierto, todo esto pasó en el desaparecido Urgel Cinema de Barcelona, al que volveré como un lugar recurrente durante el resto del post.

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Sé con total seguridad que aquella no fue la primera vez que fui al cine. Por suerte cerca del lugar donde vivía cuando era pequeño existían tres salas de cine inmensas. La citada anteriormente, y otras dos a las que acudí antes del estreno de la segunda parte de la trilogía de George Lucas. Lo que pasa es que no recuerdo cuáles fueron las películas que vi. Esas dos salas, desaparecidas ya a día de hoy, eran el Cinema Goya (actualmente, y curiosamente anteriormente también, Teatro Goya):

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Y la otra era el Cine Calderón que anteriormente había sido el Teatro Calderón de la Barca, posteriormente una sala de máquinas de juego llamada Calderon 2 y actualmente demolido. A día de hoy en el espacio que ocupaba hay en una tienda de ropa para hombres:

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2. La pantalla gigante y la cortina roja

Era una cosa implícita a las salas de cine inmensas: sus pantallas era gigantes, pero gigantes de verdad. A mi me parecían inabarcables para mi vista, qué queréis que os diga, ya os he explicado que lo primero que recuerdo ver en una de ellas fue un animal extraterrestre con las tripas saliendo de su estómago sobre un mar de nieve impoluta y a un tipo metiendo a otro dentro de la cavidad abdominal hueca del cornudo ser. ¿Cómo puede llegar a influenciar esta imagen a un chaval tan pequeño? Y todo esto lo vi en formato extremadamente grande. La pantalla del Urgel Cinema era de unas dimensiones extraordinarias, aunque la más espectacular que había en Barcelona fue siempre la del Regio Palace, creo que es la más grande que hubo jamás:

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Allí es donde posteriormente aprendí que para disfrutar de la experiencia cinematográfica la imagen tiene que envolverte cuanto más mejor y que tu campo visual estuviese tan copado por la pantalla que para no perderte parte de la acción tuvieses que incluso mover tu cabeza de lado a lado. Sí, soy de los que se sientan cerca de la pantalla (en la fila 6 o 7 normalmente) y de los que piensan que sentarse en las filas de atrás es de perdedores. La única excusa para hacerlo es que vayas con tu pareja al cine sin importante qué película estén proyectando con la clara intención de no prestar ni un minuto de atención a lo que pase en la pantalla y con un paquete de kleenex preparado en tu bolsillo por lo que pueda pasar (y no me estoy refiriendo a tenerlo a mano por si la historia de la cinta te hace llorar).

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Otra cosa maravillosa que pasaba en aquellos cines, que supongo que no eran los únicos en los que pasaba y que supongo que a día de hoy no pasa en ningún lugar, era aquel momento previo a la proyección en el que las cortinas rojas que tapaban la pantalla gigante empezaban a moverse para descubrir la inmensidad blanca de la misma. En el caso concreto del Urgel Cinema se trataba de una cortina doble, había una interior blanquecina semi transparente tras la cortina roja. Mi memoria visual guardará para siempre aquel recuerdo, pero más si cabe, mi memoria auditiva guardará, hasta que vengan los gusanos a por mis restos, el sonido del motor y de los rieles deslizándose por el travesaño que soportaba las cortinas. Era un sonido que marcaba el inicio del espectáculo y que se mezclaba de manera perfecta con el descenso de volumen de las conversaciones que en aquel momento habían en la sala.

 

3. Las Colas y los acomodadores

Vale vale… antes de que salga el típico listo a tocar los cojones diciendo que hoy en día siguen habiendo colas en los cines dejadme aclarar una cosa. Voy a hablar de COLAS con mayúsculas, colas de 1.832 personas (la capacidad del Urgel Cinema) esperando ansiosas para entrar a ver la tercera sesión de una película tres días después de su estreno. De acuerdo listo, el día que fuiste al estreno de “Cuarenta y ocho chochos calvos” erais 120 personitas pasando frío a las puertas del multisalas de moda de tu zona, pero eso no es una COLA con mayúsculas, eso es un mero trámite administrativo.

Yo he visto colas que vosotros no creeríais, colas que daban casi dos vueltas a una manzana. Colas en plural que se entrelazaban entre ellas como el Aurin de “La historia interminable” ya que una era para sacar las entradas y la otra para acceder a la sala. Yo he estado alguna vez más tiempo haciendo cola que dentro de la sala porque la película no llegaba a durar tanto como la espera previa.

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Puede parecer un contrasentido sentir nostalgia por hacer algo que era un puto coñazo, pero visto con la perspectiva del tiempo quizá no todo lo que pasaba en aquellas colas era una perdida de tiempo. No sé, aprovechabas para comentar con los colegas el juego que estabas a punto de terminarte en tu ZX Spectrum, podías intentar entablar una conversación con el grupo de chicas que tenías justo delante o detrás, o podías maravillarte con los nuevos estrenos que te anunciaba tu colega friki que estaba suscrito a no sé cuantas revistas de cine, recibía fanzines del Reino Unido y se sabía todas las filmografías de todos los directores y actores que ibas a ver en la película… y de sus familiares.

Cuando finalmente llegabas al interior de la sala recuerdo la imponente figura de los acomodadores. Qué extraña profesión era aquella, ¿no? Supongo que servían al bien mayor de evitar el caos a la hora de encontrar un lugar donde sentarse toda la familia junta y en fila. Pero no dejaba de ser curioso su papel y más aun su indumentaria. Eran como unos botones armados con el arma definitiva para encontrar el mejor lugar libre en la sala: una linterna de petaca. Las acciones de la empresa que las fabricaba cayeron en picado al mismo tiempo que el oficio de acomodador fue desapareciendo paulatinamente de nuestra sociedad.

Interior del Cine Urgell y su staff de acomodadores.
Interior del Urgel Cinema y su staff de acomodadores.

 

4. Los cines Multisala

Yeeeeee… ve echando el freno compañero. Sí, ya sé que los multisalas mataron a los cines grandes con pantallas gigantes. Sé que fueron el principio del fin y que desde su aparición todo lo relacionado con las salas de cine fue a peor. Y sé, afirmo y confirmo que los cines multisala son una reputísima mierda. Pero he de reconocer que un sus inicios tuvieron su punto. ¿Qué punto te preguntarás? Pues muy fácil: el poder pasarte toda la tarde yendo de sala en sala pagando únicamente una entrada. Así es querido lector, yo me llegué a ver hasta tres películas en una sola tarde colándome a ver una en cuanto acababa la otra. No era un sistema perfecto ya que muchas veces los horarios de inicio de los pases no coincidían, pero bueno, si te perdías algunos minutos del principio siempre te podías quedar hasta el siguiente pase para verlos si te había gustado lo que habías viso, y si la peli era un mojón pues ni hacía falta, a otra sala y a seguir disfrutando. Con el tiempo los multisalas se dieron cuenta del percal y implantaron medidas para evitar estas “coladas”. Ahora lo que más funciona es el tema de hacerte entrar por una parte del edificio y hacerte salir por otra puerta que te lleva directamente a la calle. El primer multicine al que fui, donde pasé horas y horas de cine del bueno y del malo también, fue el Waldorf  4 Cines. Tenía cuatro mini-cines y anteriormente había sido el Waldorf Cinerama. Actualmente ya no existe, ha sido sustituido creo que por una biblioteca:

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Otra cosa que entró con mucha fuerza gracias a los multisala fue el tema del día del espectador. Hoy en día es de puta vergüenza que te rebajen cincuenta céntimos de mierda de una entrada que pasa de los diez euros. Pero en su día, el día del espectador era el miércoles y las entradas pasaban de valer 450 pesetas a 100 o 200, un chollo sí señor. Y si por ese precio te cascabas cuatro largometrajes en una tarde pues el triunfo era máximo.

 

5. Que me echaran.

Siempre he sido muy estricto y respetuoso con la liturgia relacionada con ir al cine. Soporto muy a medias el tema de las palomitas a no ser que cierren bien la boca al masticarlas y se esperen a hacerlo en el momento de más volumen o acción de la peli. Les metería un palo por el culo a los que se ponen a desenvolver caramelos en medio de una peli y se lo sacaría por la boca si además no se llevan su mierda al salir de la sala. Es por eso que durante mi adolescencia la mayoría de veces que iba al cine lo hacía solo. Era así porque a mis amigos de aquella época les importaba muy poco el cine en sí más que para hacerlo servir como excusa para colar unas birras a la proyección y pillar un pedo a escondidas mientras se descojonaban de la cinta a carcajada limpia. De hecho, para ellos cuanto más mala era la peli mejor, más risas. Sus aventuras dentro de las salas duraban bastante poco, normalmente hasta que alguien se iba a quejar al acomodador y éste los hacía salir con la amenaza de no volver a dejarlos entrar jamás. Pero en realidad ese jamás nunca existía. Así que pocas veces iba con ellos, pero he de reconocer que a pesar de mi gafapastismo precoz, una vez metidos en materia, su plan era divertidísimo. En serio, hacer el imbécil hasta que te expulsaban era la hostia. Una hostia estúpida, pero en el fondo bastante infantil e inocente.

Mis colegas y yo a punto de liarla.
Mis colegas y yo a punto de liarla.

Hoy en día el cine está lleno de gilipollas como lo éramos nosotros antaño, pero nosotros teníamos una especie de norma no escrita de respeto hacia la figura del acomodador. Si nos pillaba o venía hacia nosotros pues era game over, te jodes, te levantas y hasta otro día. No lo he visto, pero si actualmente alguien se acerca a un grupo de imbéciles que la estén liando en medio de una película lo más probable es que la cosa acabe en insultos y pelea con frases entre medio del estilo “A ti quién cojones te da derecho a echarme” o “Yo he pagado mi entrada igual que tú subnormal”, etc…

Así que lo que echo de menos no es en el fondo el acto de la expulsión, si no que creo que en definitiva lo que añoro es aquel gamberrismo púber e inocente que nos llevaba a situaciones tontas pero sin demasiada malicia o mala intención tras los hechos detonantes. Ya os digo que es algo que en mi caso particular no es algo que practiqué demasiadas veces, pero sí que por importante en mi memoria si que le cedo un lugar en esta lista.

Y esto es todo por hoy. ¿Hemos coincidido en algo? ¿Añoras tú otras cosas que no he mencionado? Comenta, comenta.

Tomad la medicación…