¿Alguna vez os habéis sentido engañados por la publicidad? Sí, ¿verdad? Todos en algún momento de nuestra vida nos hemos sentido estafados cuando después de caer en el influjo de un anuncio televisivo hemos comprado un producto mediocre.
Hoy, cuando muchos de nosotros pasamos la treintena e incluso la cuarentena, no picamos tan fácilmente a los cantos de sirena de ciertos anuncios pero cuando eramos pequeños muchos nos sentimos fuertemente atraídos por un juguete debido a su publicidad. Bastaba con ver un anuncio con una canción pegadiza para desear enormemente poseer ese juguete. O esos carteles promocionales donde veías a un/a niñ@ con una cara de felicidad absoluta al tener un juguete entre las manos que te hacia envidiarles y, porque no decirlo, odiarles por tener la suerte de poseer ese “algo” que tus padres no te querían comprar.
Hoy os voy a hablar de tres juguetes por los que sentí una pasión desbordada. Pasión que mantuve hasta que, finalmente, los pude tener y descubrir entonces que no es plata todo lo que reluce y que la publicidad no era/es más que una sarta de mentiras.
Gracias a ellos descubrí que una buena publicidad y/o promoción de un producto es lo más básico para su éxito y esas enseñanzas las pongo en práctica todos los días. Tomemos como ejemplo este artículo que tú amable lector estas leyendo. Originalmente el título de este artículo era “Análisis de tres juguetes que desee en mi infancia y que no cubrieron las expectativas que tenía dipositadas en ellos”. Seamos sinceros, le llego a mantener este título y tú no te hubieses molestado en leerlo. ¿A qué no? ¿Cómo captar la atención? Poniendo palabras mal sonantes en medio del titular. Así que modifiqué un poco la premisa inicial, añadí un “puta” y un “mierda” y… ¡voilà! Te estás leyendo un artículo que creías que no te iba a interesar lo más mínimo.
Tras este ejemplo de como puede llegar a ser de cabrona la publicidad voy a explicaros mi experiencia con tres juguetes de la infancia excesivamente mitificados.
1) Oso Peposo
Nunca he conseguido entender como pude sentirme atraído por este muñeco. Su mayor gracia, vamos la única que tenía, era que podías ponerle los pulgares de la mano y los dedos gordos de los pies en la boca. Y ya está.
Bueno no, para ser sincero también podías juntarle las manos pero eso es todo. Pues a pesar de eso, estuve dándole el coñazo a mis padres para que me lo compraran. Tanto se lo di que finalmente accedieron y me lo regalaron el día de mi santo.
Al principio pensé que eso era lo mejor que me podía pasar en la vida (aún faltaba mucho para que descubriera el sexo) pero no tardé en cambiar de opinión.
Primero le puse el pulgar derecho en la boca. Luego lo cambié por el izquierdo. Al cabo de un rato le puse el dedo gordo del pie derecho. Me lo quedé observando durante unos veinte minutos y empecé a pensar que tal vez el oso Peposo no era tan divertido como parecía por televisión. Cambie el dedo gordo del pie derecho por el del izquierdo y las sensaciones eran las mismas. Decidí darme un tiempo de margen y volver a jugar con Peposo al día siguiente.
24 horas después repetí todas y cada una de las operaciones con el mismo nulo resultado en lo concerniente a diversión. Pero entonces vi la luz. Le puse uno de los dedos gordos de los pies en la boca y hice que se sujetara las manos quedándose su pata erguida entre los brazos. ¡Dios mío que ocurrencia tan genial! Pero lamentablemente esto solo me proporciono unos segundos de felicidad. Había descubierto la cruda realidad: Peposo era un puto fraude.
Jamás volví a jugar con él. Con el tiempo, y presa del aburrimiento, empecé a amputarle partes de sus dedos consiguiendo que ya no se le quedaran sujetos en su boca, perdiendo así la poca capacidad de diversión que podía proporcionarme.
2) Blandi Blub
¿Cómo pudimos llegar a pensar que el Blandi Blub molaba? Seamos sinceros, el Blandi Blub podía llegar a proporcionar tanta diversión como una exploración vía rectal y eso, a no ser que te vayan los rollos raros, es una pésima señal.
Y la cosa prometía, ¿eh? Yo era ver su anuncio y morirme de ganas de tenerlo. Así que en cuanto pude, y gracias a unos ahorros, me lo compré.
Cuando mi madre lo vio lo primero que me dijo fue “¿Y en esa porquería te has gastado el dinero?”. Eso me hizo sentir bien porque yo era de la creencia que si una madre cree que algún juguete es una porquería es que debe ser el no va más.
Así que me tiré horas y horas pasándome el Blandi Blub de una mano a otra esperando alcanzar el nirvana pero lo único que alcance fue un soponcio de los guapos. Y es que el Blandi Blub era una autentica birria.
Al igual que hice con Peposo, decidí darme un margen de tiempo y fue un acierto porque tuve una brillante idea: Ponerme el Blandi Blub entre las manos, acercarme a alguien, fingir un estornudo tapándome con las manos mi nariz y al separarlas exclamar un “¡Ecs!” para hacer que me miraran y fingir que el Blandi Blub era un mocarro tope asqueroso que había expulsado con el estornudo. Genial, ¿verdad? Pues no, era una gilipollez que no tenía ni puta gracia y estoy convencido que no fui el único en hacer esta memez creyendo en vano ser gracioso. Así que si hiciste esto que acabo de explicar y te crees que eres el no va más, sácatelo de la cabeza porque en realidad eres patético.
Asumámoslo: El Blandi Blub era un timo y nosotros unos primos que picamos al comprarlo.
3) Balón-Saltador
El Balón Saltador tiene el dudoso mérito de haberme hecho sentir ridículo jugando con él. Os explico:
Estaba como loco por tener un Balón-Saltador porque lo veía anunciado en muchos tebeos y en esa época era de la creencia que si algo sale anunciado en un tebeo es que tenía que molar cantidubi ,expresión muy ochentera que servía para definir la gran importancia que le dábamos a algo.
Un amigo mío tuvo la suerte que sus padres le regalaron uno por su aniversario. Me invitó a probarlo y yo acepté encantado. Mientras le veía brincar a él montado en el Balón-Saltador pensé que mi amigo no estaba dotado para usar semejante artefacto porque apenas se levantaba del suelo. No dije nada para no ofenderle, no fuera caso que no me dejara probar luego el Balón Saltador. Llegó mi turno. Pensé que iba a alcanzar las nubes de un poderoso salto pero la realidad fue otra. Me puse a saltar y por momentos pensé que estaba alcanzando alturas de autentico vértigo pero, al igual que le pasó a mi amigo, apenas me estaba separando del suelo. Y lo descubrí de la manera más patética: Entre salto y salto giré la cabeza para mirar a mi amigo y descubrí que él me estaba observando con una expresión en su rostro que decía, “¡Qué tío más lamentable!”. Así que me bajé del balón y dejé que él volviera a intentar dar algún salto increíble pero el resultado fue el mismo. Y es que el problema no era nuestra técnica, que también os digo que era deplorable, si no que el Balón-Saltador era una birria.
Días después intentamos saltar desde con el balón desde algún lugar con altura, a ver si así conseguíamos dar un bote como Dios manda, pero no. Lo único que logramos fue tener algún que otro accidente al salir despedidos del Balón Saltador.
Los resultados de las pruebas a las que sometimos al Balón-Saltador fueron tan pobres que decidimos dejar aparcado al juguete que, además de inútil, costaba un huevo acarrear de un lugar a otro.
No me gustaría que pensarais que estos tres juguetes dejaron un trauma en mi psique. Todo al contrario. Al recordarlos lo hago con una sonrisa, y es curioso que la diversión que no encontré en ellos cuando los utilizaba me la proporcionen ahora al recordar sus pírricas prestaciones.
Ahora me gustaría que fuerais vosotros los que me explicarais algún recuerdo que tengáis sobre un juguete que no os dio lo que esperabais de él. Contad, contad…