Top 5 de mis actos delictivos infantiles/juveniles (2ª parte)

Hoy terminaré de explicaros mis pequeños grandes delitos con las dos últimas posiciones del top y una mención especial. Para los que no lo hayáis hecho todavía os dejo el enlace aquí para que podáis leer la primera parte que publiqué la semana pasada. También os quiero recordar que el orden de este top personal se basa en el grado de arrepentimiento actual sobre lo que hice en aquellos años. Por suerte jamás me atraparon in fraganti en ninguno de los actos que expongo y nunca, por suerte, acabé con mis huesos en comisaría. Bueno, una vez sí, pero la acusación fue de vagabundo, junto a otros cuatro amigos y amigas, pero eso me lo guardo para otro día, ya que es una historia larga en la que se entremezclaron, y no os engaño, peligro, un asesino, amor, alcohol y música, mucha música en la comisaría. Pero vayamos al lío y sigamos con el top con el siguiente ítem de la lista, algo que, no nos engañemos viejunos, todo@s o prácticamente tod@s hemos hecho en mayor o en menor medida:

2. Hurtos varios.

Dentro de este punto podemos diferenciar tres sub-categorías en función de las técnicas utilizadas y el lugar donde se llavaban a cabo:

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Caza en manada: Principalmente en la tienda de chucherías. La táctica era muy sencilla: entrar a tropel en la tienda junto a otros compañero de «armas», diseminarse rápidamente por todo el local lo más rápido y alejados los unos de los otros posible para intentar despistar al tendero/tendera, intentar llenarse los bolsillos con el preciado botín y, para disimular un poco, que alguno del grupo comprase realmente alguna cosa. Cerca de la escuela donde estudié había dos o tres de estos locales y estaban bastante acostumbrados a estas fechorías, con lo que cada vez era más y más difícil realizar el hurto, pero siempre caía algo. De todos ellos el más grande era el de una tienda llamada «Sí o Sí» que actualmente sigue existiendo en la Ronda de San Antonio de Barcelona. Recuerdo que alguna vez nos llegaron a pillar, o casi pillar, ya que la premisa delante de estos casos era el de correr, correr y correr. Por aquel entonces el encargado del local era un hombre mayor entradito en carnes, y lo recuerdo más de una vez en la puerta de la tienda blandiendo un palo de escoba gritando a un grupo de pequeños delincuentes a la fuga. Visto en perspectiva me sabe mal haberle quitado parte de sus existencias a aquel pobre hombre, sí seguro que unos pocos chicles y gominolas tampoco le quitaron la comida del plato (por mucho que «atacásemos» jamás vi que adelgazase ni un solo gramo), pero qué leches, eran suyas y me sabe mal. A pesar de todo ello tengo un par de oscuras teorías, primero, él contaba con un stock extra en la tienda con el que contemplaba que su público objetivo (nosotros, los niños y adolescentes) siempre intentaríamos «pispar» algo, y segundo, con algo más debía «comerciar» aquel hombre en aquel local para poder permitirse un BMW, porqué sí viejun@s, cada mañana aparecía con su lujoso coche para abrir su humilde tienda de chucherías… sospechoso… quizá él era el más delincuente de todos, vete tú a saber.

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Hurto inútil: Normalmente era el hurto tribal, de iniciación o de «por mis huevos lo mango», el lugar principal donde se llevaba a cabo era la escuela y la utilidad de lo afanado normalmente tendía hacia la nada. En esta categoría entrarían por ejemplo desde la apropiación indebida de tizas, borradores, material escolar vario que acababa siendo utilizado como proyectil en la calle, hasta el gamberrismo ilustrado de, por ejemplo, desmontar los pomos de la puerta de una clase o afanar los tornillos de los pupitres. Sí, todo esto lo he hecho o, como mínimo lo he visto hacer y he sido cómplice del delito.

Pero mi más magna acción dentro de este apartado fue la de conseguir hurtar una botella de ácido sulfúrico del laboratorio de ciencias del colegio. Por aquel entonces aún cursábamos E.G.B. y aquel lugar estaba reservado para los estudiantes de B.U.P. y C.O.U. pero un día, a la hora del recreo nos escabullimos junto con otro amigo al piso superior donde estaba dicho laboratorio. Nadie nos vio y pudimos investigar a placer todo lo que había por allí. Descartamos, por ejemplo, llevarnos un microscopio por lo difícil de disimularlo, pero detrás de el cristal de una vitrina la vi. Una pequeña botella de cristal con una pegatina blanca que rezaba: «Ácido sulfúrico H2SO4». No sé para que querían aquello en una escuela, pero a mi me sonaba que aquella era una sustancia muy peligrosa que podía ser un arma, seguramente lo sabía por algún cómic o algo por el estilo pero no lo recuerdo exactamente. Lo que sé es que la afané y que me pavoneé un buen rato delante de los colegas con los que, a la salida de la escuela, jugamos largo y tendido a hacharle ácido a todo lo que pudimos para probar su efectividad como arma. Hasta que una pequeña gota me cayó en el dedo meñique y, dejadme que os asegure que por mi mínima que sea la cantidad de ácido que os toque la piel, una quemadura química es de las cosas más dolorosas que se pueden experimentar. Aterrorizado salí corriendo hacia mi casa. Le dije a mi madre que me había quemado con un mechero que alguien había traído. La bronca fue épica. Me arrepiento de haber dejado tras de mí aquella botella tirada, ya que aquello era un peligro.

Otro hurto inútil que recordé hace poco con un gran amigo era el de mangar las balizas lumínicas de las obras. No servía de nada, más que nada para tener en tu habitación una luz parpadeante durante unos días hasta que se le acababan las baterías, pero sí, la aventura, los nervios y la sensación de peligro que sentías al cortar los alambres que las sujetaban a las vallas, valían la pena.

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El especialista: En esta categoría básicamente se encuentran los ataques a las máquinas expendedoras. Requerían una habilidad especial que, en mi caso, fue adquirida gracias a los sabios consejos de un compañero de F.P. llamado Sebas. Jamás logré imitarlo al 100% ya que él era un maestro en estas lides. Verlo conseguir una lata de bebida de la máquina de la recepción de la escuela era todo un espectáculo. Parecía bien bien una sinuosa serpiente cuando de rodillas introducía el brazo por la trampilla abatible inferior de la máquina y, como por arte de magia, su brazo sinuosamente llegaba hasta donde se encontraba el preciado objeto. Tenías la sensación de que su brazo se separaba de su hombro y de que tenía la capacidad de moverse por sí mismo alejado de su cuerpo. La de Fantas y Coca-Colas que sacamos de allí. Madre mía. Imaginaos cuantas que al final, al ver que la rentabilidad de la dispensadora tendía o era igual a cero la acabaron retirando. Y por nuestra culpa. Lo siento. Y también me sabe mal el pobre hombre que dos veces a la semana tenía que recargarla. Estaba bastante encorvado y le costaba cargar con tanto peso, pero lo peor era que cada vez que venía a nuestra escuela tenía que hacer el viaje doble ya que nunca la previsión de consumo que hacía para saber el número de cajas que tenía que llevar se ajustaba a la realidad, y todo «gracias» a nosotros.

1. Las «chapas» de los coches

Este hurto en concreto se encuentra por derecho propio en el top número uno de mi ranking. Antes de atacarlo quiero decir que esto sí que es algo totalmente punible de lo que me arrepiento al cien por cien y que confieso con la esperanza de que por los años que han pasado, los actos relatados ya hayan prescrito. Pido perdón a todo los afectados. Creo que la culpa de todo por eso la tienen álbumes como «MARCA Manía!» que nos hicieron creer que poseer muchas marcas era algo bueno tal y como os expliqué hace unos días aquí.

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La cosa era sencilla, conseguir el mayor número de logotipos de marcas de coches posible. Para ello necesitabas: un compinche, un destornillador y mucha jeta. El compinche te cubría y vigilaba mientras tú te sentabas en el morro, el costado o la parte trasera del coche atacado dependiendo del lugar donde se encontrase el logotipo a hurtar. Lo mejor era que quedase justo detrás tuyo un poco hacia tu mano hábil, en función de si eras diestro o zurdo. Si tu aliado veía que alguien se acercaba o de que había peligro inminente de ser cazado te tenía que avisar con la suficiente antelación para poder levantarte y seguir tu marcha como si nada hubiese pasado. El destornillador servía para introducirlo por detrás del logotipo y hacer palanca para extraerlo lo más limpiamente posible. Los logotipos podían estar unidos a la carrocería del coche por dos sistemas: con cola o con pines de inserción. Lo que llevaban cola tenían el peligro de partirse sobretodo si el logo era de plástico (Seat, Wolskwagen…) y los que llevaban pines si los extraías demasiado violentamente estos se quedaban partidos y no conseguías la «chapa» perfecta. Dentro del mundillo de los manga-logos había unos cuantos santos griales. Estaban muy valorados los emblemas de Porsche y Mercedes. Porsche por la exclusividad y Mercedes también pero con el añadido de la dificultad de sacar el círculo con la estrella de la base de metal donde estaba engarzada con una esfera. Los laterales de los Ford con el logo «Ghia» eran también muy buscados. Otros, como los de Ferrari o Jaguar eran totalmente imposibles de conseguir y quedaban en el Olimpo de lo mitológico.

Dediqué muchas tardes perdidas a esta actividad delictiva. Demasiadas. Y logré una colección de lo más envidiable. Hasta el día en que mi madre encontró la bolsa donde guardaba todos los logos y se la enseñó a mi padre. No os quiero dar demasiados detalles, pero del revés que recibí en la cara y la consecuente bronca que me cayó encima se me quitaron, para siempre, las ganas de volver a acercarme a menos de 100 metros al logo de un coche. Cosa que viviendo en una gran ciudad imaginaréis que es harto difícil.

De vez en cuando me sorprendo mirando marcas de coches… de vez en cuando aun pecaría. Los corderos siguen chillando doctor, quizá algún día dejen de hacelo.

Mención especial: El Corte Inglés

No exagero cuando os digo que ir a mangar a «El Corte Inglés» era una costumbre tan arraigada en mi circulo de amistades como lo es tomar el té a las cinco para los ingleses. ¿Que era el cumpleaños de alguna prima del pueblo? «El Corte Inglés» patrocinaba el regalo. ¿Que tu grupo favorito sacaba nuevo disco? «El Corte Inglés» te lo cedía amablemente. Yo jamás puede dedicarme a ello. Y no por convencimiento ni buena fe no. Había una única e inexorable razón: mi padre trabajaba en «El Corte Inglés». Por tanto, podéis imaginar lo que hubiese supuesto que me enganchasen intentado llevarme algo de allí. No tanto por la reprimenda de los miembros de seguridad, sino por lo que hubiese pasado a posteriori en casa, no me lo quería ni imaginar. Así que siempre fui respetuoso con el negocio de Don Ramón Areces, fundador de tan magna cadena de tiendas (¿se nota que estoy un poco sugestionado?) y jamás delinquí dentro de sus propiedades.

Y ahora viejun@s, si os apetece, es vuestro turno. ¿Cuales fueron vuestros escarceos con el mundo criminal? ¿Os pillaron nunca? Explicadnos todo lo que queráis o podáis recordar.

Sea como sea… tomad la medicación…