El sol sale y se pone cada día. El agua moja. El cielo es azul. Las abejas hacen miel… estas son verdades universales y no son menos ciertas que lo que os voy a hacer recordar ahora mismo: todos, absolutamente todos nos hemos aburrido en clase. Por muy empollón o empollona que fueses, querido viejuno, seguro que has vivido aquella terrerífica a la vez que placentera sensación de no poder mantener los ojos abiertos cuando al profe de turno le daba por explicar cosas tan abstractas como el máximo común divisor, la reproducción asexual o qué son los piroclastos. Existían algunas maneras para evitar llegar a ese estado sublime de letargo, pero la mejor y más divertida era, sin lugar a duda, jugar a algo con tu compañero de pupitre.
En la escuela donde cursé mi educación básica tenían un sistema pedagógico bien curioso. Cuanto mejor estudiante y más aplicado eras más hacia la parte delantera de la clase te hacían sentar. En cambio, cuanto menos aplicado, más gamberro o despistado eras más hacia el fondo tenías situado tu lugar para sentarte. Esto provocaba dos cosas (recordemos que hablamos de aulas inmensas de más de 40 alumnos): que en la parte delantero-central de la clase se crease un espacio de estudio y atención hacia las explicaciones del profesor, y que en la parte posterior del aula, donde yo generalmente me sentaba, se crease un micro clima apto para todo tipo de fechorías, entre ellas la práctica de juegos para mantenerse despierto.
De entre todos ellos estos eran mis favoritos:
La carrera de bolígrafos
Un clásico indiscutible. La mecánica es sencilla, en una hoja cuadriculada (no necesariamente) alternativamente uno de los dos participantes dibujaba un circuito más o menos plagado de curvas y estrecheces en función de la dificultad que le venía en gana aplicar a la partida. Entonces, apoyando el boli o el lápiz verticalmente sobre el papel y dentro del circuito, aplicabas la suficiente fuerza para que este resbalase y dibujase una linea. La dificultad estaba en dirigir correctamente el boli hacia la distancia y la dirección correcta para avanzar lo máximo posible hacia la meta sin salirse del circuito. En caso de salida accidental se marcaba con una “X” el punto del «accidente» y se perdía un turno de lanzamiento. Recuerdo que las partidas siempre empezaban muy bien, pero a medida que ibas jugando más y más rondas te ibas emocionando más y más, y al final las discusiones sobre si la linea dibujada había o no sobrepasado los límites te llevaban irremediablemente a que el profesor se diese cuenta de lo que estabas haciendo y te castigase y/o expulsase de clase. Lo que sí tengo claro es que algunas de las partidas que llegué a jugar fueron totalmente épicas y dignas de recordar… ríete tú de la rivalidad entre Sena y Prost.
Guerra de naves
El material era el mismo que el de la carrera de bolis. Pero cada jugador tenía una cuartilla propia, esta vez sí cuadriculada obligatoriamente, y en una de las mitades tenías que dibujar 10 naves (creo recordar que eran 10, quizá era otro número). Cuando los dos jugadores tenían sus ordas invasoras colocadas se doblaba el papel por la mitad y se intercambiaban, entonces tenías que dibujar un disparo sobre uno de los cuadros, apretando un poco (obviamente hacer trampa levantado el papel a contraluz estaba áltamente penado por las normas de la comunidad de jugones). Devolvías el papel a tu contrincante y este veía si a través del papel habías tocado alguna de las naves y, obligatoriamente, este tenía que tacharla. Evidentemente ganaba el que antes acabase con todo el ejercito de su rival. Recuerdo que las peores trifulcas que te llevaban a ser descubierto por el profesor se daban cuando alguno de los jugadores se las daba de listo diciendo que no le habían tocado una nave y después su contrincante se daba cuenta que había mentido. Creo que hasta una vez alguien en clase llegó a las manos por este, en principio, tranquilo juego. Lo más divertido era hacer los ruidos de las naves y los disparos con el volúmen lo más bajo posible para no ser pillados.
El Stop
De nuevo un clásico del lápiz y el papel. La gran diferencia con los dos juegos anteriores era que aquí podías incorporar a más amigos a la fiesta. Una buena partida de Stop podía implicar hasta ocho jugadores si te lo montabas bien. La mayor dificultad residía en plantear una buena organización y estar atentos a las indicaciones de los demás. La dinámica del juego supongo que la recordáis perfectamente, pero por si vuestro decrépito cerebro la ha olvidado os la recuerdo: se dividía una hoja de papel en columnas con diferentes títulos “Nombre, apellido, animal, ciudad, pais, objetos…” (no existía un número fijo obligatorio de categorías), entonces uno de los jugadores decía una letra y todos debían llenar las categorías con palabras relacionadas con ella que empezasen por dicha letra. Cuando alguien lograba llenarlas todas debía exclamar (lo más disimuladamente posible) “¡Stop!” y entonces todos tenían que dejar de escribir. Para puntuar se miraba cada categoría: si no la habías rellenado sumabas 0 puntos, si lo habías hecho pero repetías palabra con otra persona se sumaban 5 y si eras el único que la había escrito sumaban 10. Los escándalos generados por el lanzamiento de lápices sobre el pupitre por la rabia de no haber rellenado todos los huecos hacían que la mayoría de veces estas partidas acabasen en tragedia romana en forma de nota en la agenda para tus padres (otro día tendré que hablar sobre las dotes que como falsificador de firmas atesoré en mi escuela).
Cerbatana
Esto era al mismo tiempo un juego y una guarrada, a la vez que podía llegar a ser una “hijoputada”. El material y el desarrollo eran bien sencillos. Necesitabas un boli Bic al que le tenías que quitar la carga de tinta para quedarte sólo con la carcasa de plástico y una hoja de papel. Entonces cortabas un trozo pequeño del folio y lo mascabas un rato para ablandarlo y darla la forma redondeada perfecta para que cupiese en la improvisada cerbatana. Y una vez cargada empezaba el juego: retabas a tu contrincante a hacer puntería sobre un punto concreto. Éste podía ser muy variado, desde “el pomo de la ventana de la otra punta de la clase”, a “la oreja derecha del Sánchez que me cae mal”. a “el cogote del bestia del Pérez que ayer me quitó el bocata”, a “la esquina inferior derecha de la pizarra”, o a lo que tu imaginación te llevase a perpetrar. Personalmente lo más bestia y arriesgado que hice fue hacer puntería a la espalda del profesor de religión que llevaba una chaqueta de felpa gruesa como la piel de una foca, por suerte nunca me pilló. No cabe detallar demasiado la gracia que hacía a los que sentaban en una zona más próxima a la pizarra que tú notar como una cosa fría y pegajosa les impactaba contra su piel provocándoles un dolor punzante e intenso… y no lo detallo porqué yo también sé lo que se sentía: rabia y odio. Y lo que se notaba: daño y asco.
Baloncesto con bolas de papel
Y no podría acabar este repaso sin mencionar uno de los juegos anti-aburrimiento más divertidos que tuve el placer de compartir con mi compañero de Retro Memories Alex. Cabe decir que aquí ya éramos un poco más mayores ya que estábamos cursando FPII de informática de gestión (por cierto, si tenéis algún problema con vuestro ordenador Alex os lo arregla fijo). El hecho de estudiar lo que estudiábamos y el hacerlo en una escuela bastante pequeña hacía que los espacios de la misma se fuesen reestructurando en función del trimestre, las asignaturas y/o el número de repetidores. Total que fieles a nuestro estilo de vagos, estuvimos todo un curso sentados en una mesa de tres (acompañados por el añorado Xavi) cuando un día de aburrimiento caíamos en la cuenta de que se trataba de una mesa para ordenadores sin ordenadores en ella (las prácticas con ellos las hacíamos en otra aula). Esto provocaba que el agujero para pasar los cables de corriente, pantalla etc… que había en la mesa a tal fin estuviese libre de toda función. ¿Toda?… ¡No! Una mesa poblada por irreductibles gamberros encontraron rápida solución para darle un uso a tan magno agujero. Ni cortos ni perezosos nos dedicamos a hacer bolas de papel para lanzarlas imitando a la perfección a nuestros idolatrados Michael Jordan y Larry Bird. Ni cabe decir que les di a los dos una paliza memorable en la mayoría de ocasiones que jugamos, pero sí que era un juego difícil de disimular. Una de las primeras veces que jugamos, supongo que llevados a un estado de emoción demasiado alterado, la profesora que en ese momento estaba dando clase (de la cual no recuerdo su nombre pero sí que era bastante pija) vino enfadadísima a preguntarnos qué diablos estábamos haciendo. “Nada, nada, de verdad, nada”… a lo que ella respondió “¿Y todo esto?” dijo señalando las pelotitas de papel que habían ido cayendo al suelo, tanto las que habían caído por haber fallado el tiro como las que habíamos acertado y se habían colado por el agujero que había también el la parte inferior de la mesa (no nos habíamos percatado de ese detalle de la morfología del mueble)… al darnos cuenta de la pillada no pudimos evitar el ataque de risa…. No sé si lo he explicado bien o con demasiada gracia… pero el momento fue épico y memorable ¿Alex?… ¿tú que dices? ¿me he dejado algo?.
Pues bien viejun@s, estas fueron mis diversiones preferidas para pasar el rato en clase… ¿Cuáles fueron las vuestras? ¿Nos las explicáis?
Tomad la medicación…