Hay modas que por mucho tiempo que pase uno no entiende como pudieron llegar a suceder. De entre todas las que poblaron mi infancia destacaría, por cutre, la moda de hacerse pulseras con finos hilos de plástico.
Hubo un momento, durante la segunda mitad de los 80, que las niñas creyeron que a lo más fascinante que le podían dedicar su tiempo era a hacerse pulseras de plástico. Ya fuera en sus casas, en un parque o incluso en el patio de su colegio, se sentaban tranquilitas y con diferentes hilos de plástico de diversos colores se dedicaban a trenzar sin parar.
Eso no hubiese tenido más repercusión si no fuera porque llego un momento que los niños pensamos que si ellas se dedicaban tantas y tantas horas a hacerse pulseras y collares era debido a que eso era lo máximo, así que aparcamos nuestras bicicletas BH, guardamos nuestros balones de fútbol y nos pusimos a trenzar.
Lo peor no fue que trenzáramos sino que al terminar nos gustaba lucir las pulseras que habíamos trenzado en nuestra propia muñeca, cosa que ya era deleznable.
Hubo algunos que habían enloquecido de tal forma con esta moda que llevaban hasta cuatro pulseras en cada mano. ¿Os lo podéis creer?
Con el tiempo la moda, afortunadamente, paso y los niños no solo dejaron de trenzar sino que además dejaron de lucir cutres pulseras en sus muñecas.
Las niñas tardaron un poco más en abandonar la moda pero finalmente recapacitaron y también terminaron haciéndolo.
Meses después todos reíamos recordando lo lamentable que había sido lucir pulseras y/o collares de colores en nuestro propio cuerpo y llegamos a la conclusión que algo que fuera largo y de colores chillones no merecía ser lucido.
Semanas después todos llevábamos cordones de colores chillones en nuestras bambas Victoria, pero eso ya es otra historia.