Es curioso cómo a veces afloran los recuerdos en la memoria. Hace un par de días estuve viendo una película sobre un grupo de estudiantes que realizan un experimento para su tesis acerca de los miedos que tenemos cada uno. Horas después de verla, estuve comentándola con un amigo y luego nos pusimos a hablar de las cosas más absurdas que en algún momento de nuestra vida nos habían causado un miedo atroz. Así fue como entre recuerdos, anécdotas y risas volvió a mi memoria una cosa que tenía muy olvidada. O tal vez, y poniéndome en plan Sigmund Freud, se trataba de un recuerdo que mi cerebro muy sabiamente, porque los cerebros tontos no son, había escondido en algún lugar recóndito de mi ser para ahorrarme traumas y sesiones de costosa terapia. Esa cosa no es otra cosa que una cinta de casete. Pero no un casete cualquiera, no. Era una cinta de casete en la que venían grabadas terroríficas psicofonías.
Pero empecemos la historia por el principio. En abril de 1989, la revista Más allá, dirigida por aquel entonces por el Doctor e investigador Fernando Jiménez del Oso, regalaba a sus lectores una cinta de casete que contenían psicofonías grabadas por distintos investigadores de lo oculto. Yo en aquel momento tenía catorce años y desconocía completamente la existencia de dicha revista, no así la existencia del Doctor Jiménez del Oso, que era un rostro habitual de la televisión. Una copia de dicha cinta llegó a mí gracias a un compañero de clase que me la grabó. Este compañero desconocía el origen de dicha grabación, no fue hasta vario tiempo después que descubrimos que era un regalo de una revista, lo que le daba un halo aún más misterioso al asunto. Ya sabéis, a los catorce años, y por influencias de las series y las películas, un chaval tiende a pensar que el vecino del niño que se sienta en el pupitre de atrás de tu clase tiene contactos en la C.I.A., el F.B.I. y la N.A.S.A. y que te puede proporcionar una clase de información que esta al abasto de muy poca gente. Así de flipados éramos.
Con la cinta ya en mi poder, fui a mi casa. Me encerré en mi cuarto y me preparé para vivir una experiencia terrorífica. Lo que yo no sabía en aquel momento es que el acojone que acabaría teniendo sería tan grande. Al empezar me lleve un buen jarro de agua fría. La cara A de la cinta contenía una psicofonía en la que se podía escuchar un discurso del difunto alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. Un auténtico coñazo, vamos. Y también una decepción de las gordas, por qué no decirlo. Eso ni daba miedo, ni generaba intriga, ni me interesaba lo más mínimo. Si lo que decía el alcalde vivo de mi ciudad me la traía al pairo, imaginaos lo que me la llegaba a sudar lo que dijese desde el más allá el alcalde de Madrid. ¡Yo quería carnaza! Y al darle la vuelta a la cinta, la tuve. Vamos que si la tuve.
En la cara B venían varias psicofonías, a cada cual más espeluznante que la anterior, que el Doctor Jiménez del Oso nos iba presentando. Con la segunda el jiñe empezó a florecer. En ella se oía una voz grabada en una casa vacía que decía “¡No hay nadie!”. Esa voz me erizo el vello. A pesar de eso, decidí seguir adelante con la escucha de la cinta, porque, al igual que decían los concursantes del «Un, dos, tres…», yo había venido a jugar.
La cuarta y la quinta daban puro acojone. Nada en esta vida da más miedo que la voz de un niño muerto. Alguno, incluso asusta hablando vivo. Pues esto es lo que encontrábamos a continuación. En la cuarta una voz infantil se preguntaba “¿Qué hago yo aquí?”. Pero la realmente jodida de aguantar era la quinta. En esa psicofonía oíamos a un niño decir “Tengo miedo”. ¡Yo sí que tenía miedo! El corazón me iba a mil por hora. En aquel momento lamentaba terriblemente el haber puesto el puto casete. Por su culpa no iba a dormir en días. ¡Qué digo días! No iba a volver a dormir en mi vida.
Pero ya no había marcha atrás. Si había puesto el casete tenía que escucharlo todo. Creedme que de todas las ideas estúpidas que he tenido en mi vida, esta se lleva la palma. La última psicofonía fue la peor de todas y la responsable de que se me cerrara el agujero del culo hasta los veinticinco años. Una voz tenebrosa decía “Os arrepentiréis…”. ¿En serio? Yo ya llevaba un buen rato arrepintiéndome. Ni que decir que esa noche me costó pegar ojo.
Al día siguiente fui al colegio. Les dije a mis amigos que la cinta estaba bien, pero que miedo, lo que se dice miedo, no daba. Y es que eran años difíciles y uno tenía que hacer ver que era un tío duro. Sobre todo si, como yo, ibas a un colegio de solo chicos donde el exceso de testosterona provocaba varias peleas al día.
Nunca más escuché la cinta tras ese día. De hecho, incluso me he negado a escucharla entera para realizar este artículo. He buscado un enlace para compartirlo, pero he decidido no tentar a la suerte y solo la he oído muy por encima. Paso de pasar miedo tontamente. Ya no tengo que impresionar a nadie. Por si alguno de vosotros es más valiente que yo, que no lo dudo, aquí tiene el enlace con la mítica cara B:
Según cuentan, este casete fue todo un éxito. Se llegaron a vender más de 200.000 ejemplares de la revista. A eso hay que añadirle las miles de copias que se hicieron, como la que tuve yo, cosa que hizo que el casete alcanzara una gran popularidad y marcara todo un hito. Años después se reeditó en formato CD, momento que aprovecharon para añadir varias psicofonías más.
Y esto es todo por hoy. Llega la hora de que os manifestéis vosotros. ¡Pero solo los que aún estéis vivos! Nada de manifestaros desde el más allá. Bien, decidme: ¿Quién escuchó la cinta? ¿Alguno de vosotros pasó tanto miedo con ella como yo? Contad, contad…