Mañana se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA y eso me ha traído a la cabeza un tema del que hacía tiempo que os quiero hablar. Como ya sabéis los que sois asiduos de este blog, una de mis pasiones son los cómics de superhéroes. De todos ellos, el primero por el que sentí devoción fue el increíble Hulk. Descubrí al personaje gracias a la serie de televisión y eso me llevo a la lectura de sus cómics. Con el tiempo me fui aficionando a otros personajes y dejé de leer las aventuras del coloso esmeralda. Y no fui el único, pues su popularidad fue menguando y con ella las ventas de su colección. Esto llevo a Forum, que era quien lo editaba por entonces, a cancelar su serie. A pesar de eso, sus aventuras se pudieron seguir gracias a que se utilizaban de complemento de otras colecciones o gracias a intentos de revivir el interés por el personaje a través de miniseries o series que debido de nuevo a sus bajas ventas duraban muy poco en las librerías. A mediados de los 90 mi apego hacia Hulk era nulo, pero llegó un cómic que llamó poderosamente mi atención. Me refiero al número 420 de la serie original americana, publicado en agosto de 1994, y que aquí nos llegó dentro de un tomo dedicado al personaje titulado “La caída del Panteón”. ¿Y qué fue lo que llamó mi atención? Pues que aquí Hulk se enfrentaba, aunque no directamente, a una amenaza real, muy real. Se enfrentaba al SIDA.
Dejad que os ponga un poco en situación, sobre todo a los que no lean cómics de superhéroes. Jim Wilson era un niño negro de Harlem que acompañó a Hulk en sus aventuras durante la década de los 70. Su primera aparición fue en el número 131 de la serie yanqui, fechado en septiembre de 1970, y fue un personaje recurrente hasta 1980. Volvió a la serie en el número 388, de diciembre de 1991, en el que se revelaba que Jim era VIH positivo. Aunque nunca se explican los motivos, se supone que se contagió por una transfusión.
Llegamos ya al famoso número 420. Al comienzo vemos a Wilson manifestándose frente a una escuela de la que acaban de expulsar a un niño por tener SIDA. Los padres de los compañeros de ese niño, que no lo quieren en la escuela con sus hijos por miedo a lo que pueda pasar, también se están manifestando. La cosa acaba en pelea y Jim acaba herido. Hulk llega para rescatar a su amigo y llevarlo al Monte, el cuartel general desde donde operaba el Panteón, que era una organización que Hulk lideraba en esa época, para curar sus heridas. Allí la doctora Harr le dice a Hulk que Jim no es solo seropositivo. Ha desarrollado el SIDA y por lo visto ya hace bastante tiempo.
Al mismo tiempo Betty Banner, la mujer de Bruce Banner, el álter ego de Hulk que por aquel entonces era capaz de controlar al monstruo, está trabajando en una línea telefónica de atención. Recibe una llamada de un chico llamado Chet que le dice que acaba de descubrir que es seropositivo y se va a suicidar. Tras decir esto, Chet cuelga, pero no tarda en llamar otra vez. Betty le dice que llame al teléfono del SIDA donde podrán informarle y ayudarle, a lo que él se niega ya que dice que solo hablará con ella pues le gusta su voz. A lo largo del número Chet llamará varias veces a Betty, que por temas de privacidad del puesto de trabajo le dice que se llama Vicky.
Volvemos a Jim. Su situación es límite. Apenas le queda tiempo. Hulk intenta encontrar una solución, pero la doctora Harr le dice que no hay nada que pueda hacer por su amigo. Pero no es así. Jim le pide un favor. Le pide que le haga una transfusión de su sangre bañada en rayos Gamma. Hulk se niega en redondo, pues desconoce los efectos que eso podría causarle. Jim le echa en cara que no le quiera hacer ese favor, pues eso mismo lo hizo por su prima Jennifer. Hulk le contesta que esa transfusión convirtió a su prima en un monstruo como él, recordemos que Jennifer Walters es Hulka, y que no puede volver a hacerlo pues los monstruos como ellos causan desgracias. Entonces Jim le dice: “No te lo pido, tío. Te… Te lo ruego”. Tras esta desesperada súplica, Hulk acaba accediendo a realizarle la transfusión.
Mientras Betty sigue hablando con Chet. El chico le cuenta que es deportista y que cuida su cuerpo y que no ha servido de nada, pues el SIDA se lo va a destrozar. Pero lo que más teme es lo que pensarán de él.
Llega el momento de realizarle la transfusión a Jim. A mitad del proceso este le pide a Hulk que abandone la habitación porque quiere hablar a solas con la doctora Harr. Ya sin Hulk presente, Jim le dice a la doctora que sospecha que no le están inyectando sangre. La doctora le confirma que no lo es. Jim lo acepta. Sabe que jamás debió presionar a su amigo pidiéndole algo así. Jim le dice a Harr que no le diga a Hulk que lo sabe. Finalmente, Jim muere. Hulk se encuentra mirando el lecho vacío en el que hasta hace poco estaba Jim. La doctora Harr se acerca para darle el pésame y entonces él le pregunta si Jim sabía que no le estaban inyectando sangre y que si le dijo que no se lo dijera. Con solo la mirada, la doctora le responde. Un Hulk totalmente abatido abandona la habitación.
Betty sigue hablando con Chet. Él le confiesa que no puede soportar que la gente piense que es gay. Betty intenta hacerle ver que eso es lo de menos. Entonces Chet da un dato que le hiela la sangre a Betty: tiene novia. Betty le dice que tiene que avisarla, pues ella también puede estar infectada. Pero entonces oye un estruendo al otro lado del aparato. Descubrimos todos, Betty y los lectores, que Chet se haya hablando por teléfono desde su coche que está parado en una vía de ferrocarril al tiempo que se está acercando un tren. Betty le pide encarecidamente que salga de allí, pero Chet no cambia de opinión. Entonces Betty le implora que le diga cómo se llama su novia porque tiene que hacerle saber que puede tener el VIH. Chet accede a decirle el nombre de la chica, pero ya es demasiado tarde. Sus últimas palabras son “Guau. Si que va rápido ese tr…”. Tras eso una viñeta en negro da por concluido el número.
Peter David, el guionista de este número, explicaba tiempo después que el cómic recibió aplausos por la valentía en tratar el tema del SIDA, pero también recibió fuertes críticas porque Jim moría y sobre todo porque Chet se decantaba por el suicidio en lugar de enfrentarse a la enfermedad. Fue una asociación de lucha contra la enfermedad la que valoró más positivamente el cómic por intentar romper tabús, como que solo los gais podían coger la enfermedad, y por dar visibilidad al rechazo y al estigma que sufren los enfermos, personificados aquí en los personajes de Chet y del niño que es expulsado de la escuela.
Personalmente os diré que es un cómic que me fascina. Es muy emotivo, tanto la historia de Jim como la de Chet son durillas, pero también muy directo y realista. Eran los 90 y por aquel entonces los enfermos de SIDA no tenían tanta esperanza de vida como ahora. Y aunque triste, el final de Jim tenía que ser el mismo que el que sufrían otros muchos enfermos reales. La historia de Chet hace reflexionar de los muchos prejuicios que tenemos muchas veces sin fundamento. Os confesaré que he releído el cómic antes de realizar este artículo y me ha llegado tanto como lo hizo en los 90. Si no lo habéis leído, os invito a hacerlo. Descubriréis una obra magnífica. Si ya lo conocéis, hacedle una relectura. Merece la pena.